El lunes 2 del presente volví, luego de cuatro años, a visitar la península de Santa Elena. En el trayecto vi que Guayaquil se extiende más por el sector de la vía a la costa, en detrimento de los cerros. Grato fue ver plantaciones bananeras, de pitahayas y algunos puestos donde vendían uvas. La ida transcurrió sin novedades con el tráfico ordenado, a pesar de la ausencia de vigilantes de tránsito.

En Salinas no aprecié avance urbanístico. Las calles detrás del colegio Rubira están en mal estado y en algunos sectores el alcantarillado, en pésimas condiciones. También ahí los vigilantes estaban de feriado, ausentes. Retorné a las 17:00 en forma normal hasta Zapotal, de ahí hasta pasar Progreso el tráfico se volvió infernal; la aglomeración era tal, que se avanzaba escasos centímetros, quizá eso se debió porque se produjeron accidentes. Repentinamente un conductor se metió veloz en contravía para sortear los vehículos, luego le siguieron centenas o miles de desaprensivos conductores, dejando un solo carril para los vehículos que iban de Guayaquil a Salinas. Algunos usaron el espacio que es para los ciclistas y peatones; los filmé varios porque me enervó que irracionales llevan con los pelos de punta a sus acompañantes y ponen en peligro a los demás. Me parece peligroso que no haya separación física entre los carriles de ida y venida, solo están pintadas en la carretera. Los vigilantes han sido reemplazados por radares que dan multas controvertidas. Fue estresante, además, por el cambio de carril intempestivo de algunos vehículos y la presencia desordenada de motociclistas que no se atienen a ninguna norma de tránsito. (O)

Jorge William Tigrero Quimí, economista, Guayaquil