Es valiosa la contribución al país de la Armada Nacional y su Instituto Oceanográfico (Inocar), por las investigaciones científicas que realiza con sus mejores hidrógrafos, técnicos entre otros profesionales. (Cortesía del Inocar)


Tengo para mí que, al fracasar en su misión de proteger a la humanidad del flagelo de la guerra, Naciones Unidas ha cambiado en sus afanes para salvaguardar al planeta. Desde hace algunos lustros sus inspiraciones son la atmósfera y el mar. Actualmente se encuentra dando a luz una normativa para el altamar.

En la Antigüedad clásica y durante toda la Edad Media, la teoría del mundo cuadrado prevaleció en Occidente; así, el Mare Nostrum se convirtió en el mar Mediterráneo. Hoy vivimos una era planetaria y los continentes rodean a los océanos. Esa es la razón histórica mayor para el instrumento internacional, cuyo análisis lo trataremos en estas líneas: el Acuerdo de los Océanos.

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La Asamblea General de las Naciones Unidas, hace pocos días, ha recibido un oleaje bienhechor. Descansarán de escuchar sus delegados largos debates, innumerables discursos de tantas múltiples comisiones en reuniones interminables, solamente interrumpidas por el COVID-19. Han llegado a un consenso en el texto final. Todos los miembros de las Naciones Unidas serán ipso facto partes del Acuerdo, porque la ciencia viene marcando con razones valederas nuestro propio horizonte planetario. Siempre hemos exigido desde la cátedra la aplicación de las normas imperativas del ius cogens para el altamar. Quienes crean que se trata de un exagerado latinismo deben leer la Convención de Viena sobre el derecho de los tratados, del cual el Ecuador forma parte y constituye derecho positivo vigente. A pesar de ello, y sin pecar de un cinismo cómplice, estamos convencidos de que la codicia es el mal que devora en nuestros días no solo el mar y sus peces, sino también los fondos marinos, sus volcanes y agujeros calientes, el propio subsuelo, la mineralogía que comprende una de las riquezas mayores del planeta; inclusive podríamos decir que la codicia busca en lo alto de nuestra atmósfera inmensas inversiones billonarias, de quienes piensan llegar al planeta Marte para sobrevivir a la hecatombe apocalíptica de todos nuestros males juntos.

Sin perjuicio de la crisis política que hoy vivimos, no podemos ignorar la inclemencia climática y oceánica que va más allá del ciclón Yaku. Nuestra nación se encuentra entre las que más firmemente han mantenido su posición para apoyar los acuerdos de las Naciones Unidas sobre el altamar, y las razones de fondo en que se fundamenta la posición ecuatoriana fueron, sin duda alguna, la contribución de la Armada Nacional y su organismo de investigación, el Inocar, con sus mejores hidrógrafos. Por eso, creo que se trata de un oleaje bienhechor el logro de Nueva York, denominado Acuerdo de los Océanos, antes conocido como BBJN. (O)

Reynaldo Huerta Ortega, doctor en Jurisprudencia, Guayaquil