¿Dónde está la belleza?, contestarán en la perfección de un cuerpo armonioso y un rostro ‘divino’. Este estereotipo ha causado que seamos vistos como objetos.

La belleza debe ser una combinación perfecta de lo que se ve, se siente y se entrega. Usted mira en una vitrina de un lado, unos zapatos de piel de cocodrilo, un modelo único con incrustaciones de oro y piedras preciosas, visualmente es perfecto, cuesta como tres veces su sueldo; al costado, se encuentra un calzado de cuero con acabados artesanales, modelo normal, con un precio accesible. Al calzarse el primer zapato, el pensamiento es “este cuesta más, se ve lindo, está a la moda, pero es incómodo, lastima”; y con el tiempo va perdiendo su belleza a medida que se le cae lo valioso. En tanto que el zapato de cuero de corte tradicional, calza, es cómodo, suave, resiste el paso del tiempo.

La belleza de una persona no debe ser solo externa, de qué sirve que sea linda si lastima, deja marcas, incomodidad. La belleza del alma no envejece, no se le cae nada. Aprendamos a mirar el alma y no la cara, el cuerpo; quizás nos llevemos una gran sorpresa cuando dejemos de etiquetar a las personas por cómo se ven. ¡Bella es usted que sirve al prójimo con amor, que se esfuerza por salir adelante honradamente, respeta a sus padres, no apaga la luz de otra persona para encender la propia! ¡Bello es el hombre sincero, respetuoso, que trabaja, se supera! ¡Bellos son los seres nobles, justos, empáticos! La belleza debe sentirse más que verse. La belleza está en lo que hacemos. Un abrazo a ti, bella, y a ti, bello. (O)

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Aissa Pazmiño Real, técnica en Marketing, Guayaquil