Casi siempre una persona enojada responde en forma negativa y a veces irracional al causante de su iracundia. Cuando los mayores imponen un castigo a los adolescentes, muchos contestan: “no tengo ganas”, en la comida, aunque sus estómagos rujan de hambre. Una voz aconseja dejar el orgullo, razonar; otra lo incita a no ceder, para que el “inquisidor” se arrepienta de su acto.

El pueblo ecuatoriano se siente castigado. La rabia, la impotencia, el miedo lo paralizan, afectan su salud mental, lo llenan de arrepentimiento y culpas por confiar en políticos que incumplen sus promesas; se ve desamparado por el Estado y una Constitución donde numerosos artículos existen solo como letra muerta sobre papel. En el crispado escenario el presidente Guillermo Lasso plantea una consulta popular, cuyos ejes seguridad ciudadana, democracia, medio ambiente podrían sucumbir a la “irracionalidad” popular disfrazada de “adolescente venganza”.

Más allá de lo positivo o no de las ocho preguntas –donde faltan temas de salud mental, educación y otros–, quizá estas no son formuladas en el momento apropiado. Los ánimos están caldeados. Los ciudadanos culpan al Gobierno de lentitud e inacción ante las complejas problemáticas, y zumbidos opositores exhortan al electorado a “no tener ganas”, aunque ello confabule contra el mismo pueblo, con el objetivo de debilitar más a un gobierno desgastado, torpe y, para muchos, inhumano.

El año 2018 el ‘7 veces Sí’ del recién posesionado presidente, Lenín Moreno se impuso abrumadoramente al ‘7 veces No’ impulsado por su “traicionado” antecesor. El escenario era distinto; Moreno aprovechó la volatilidad electoral en el justo momento y capitalizó el apoyo de sectores contrarios al expresidente Rafael Correa. La ruptura de Moreno con su mentor le aseguró una votación plebiscitaria. Esto no habría sido posible meses después, cuando la crisis institucional configuraba el levantamiento indígena.

Algunas veces el enojo popular por errores gubernamentales, aprovechados por la propaganda opositora, provoca resultados que no reflejan decisiones conscientes de los electores, sino votos enfurecidos, desilusionados, incrédulos al cambio ofrecido. Los votantes se entusiasman un día con una apuesta, al siguiente se arrepienten. Regla de una democracia manipulable. Ejemplo de esa bipolaridad cívica se apreció recientemente en Chile, donde una mayoría (79 %) decidió el año 2020 cambiar la Constitución de 1980, y otra mayoría (62 %) rechazó el nuevo texto constitucional hace poco. Una causa del sorpresivo giro fue ese voto arrepentido, enajenado con ciertos pasos del nuevo gobierno, sumado al temor instigado por la oposición por ciertas medidas y artículos.

Si las ocho preguntas enviadas por Lasso pasan la Corte Constitucional, quedarán sujetas al escrutinio de una nación en su mayoría inconforme con la labor gubernamental. Complejo escenario para una consulta quizá inoportuna –pese a encuestas auspiciosas– ante muchos ciudadanos dolidos por el abandono, inducidos por voces a “castigar a los culpables” y furiosos por la omisión de una pregunta que hubiesen aprobado con gusto. (O)