Invito a ver hoy, en Ecuavisa, a las 22:15, la película de Manolo Sarmiento y Lisandra Rivera, con reconocimientos internacionales, sobre la tragedia de Huayrapungo, del 24 de mayo de 1981, y los entornos en que se produjo.

No se hizo justicia, cuando desde el día de la tragedia, la consigna fue que debía ser un accidente; y, todo lo actuado en las horas y días inmediatos fue orientado para esa justificación, sin respeto a la memoria de quienes fallecieron: el ministro de Defensa Marco Subía, su cónyuge, Irlanda Sarango, los coroneles Héctor Torres y Armando Navarrete, el piloto y edecán del presidente, coronel Marco Andrade, el copiloto teniente Galo Romo y la azafata Soledad Rosero, junto con el presidente Jaime Roldós Aguilera y Martha Bucaram Ortiz.

No lo digo ahora, sino desde los días siguientes a la tragedia, de la que nadie me avisó, sino que conocí por la televisión, en Guayaquil –ciudad a la que viajé concluida la ceremonia en que, en la mañana, Jaime pronunció su último discurso–, porque desde la media tarde en que se constató la tragedia, lo primero fue montar el nuevo gobierno, de lo que en la residencia presidencial del Palacio de Gobierno se enteraron Diana –16 años de edad– y Santiago –10 años– dentro del trajín de los nuevos ocupantes del Palacio. Martha –17 años– estaba en el exterior.

Viajé a Quito en carro y llegué en la madrugada del 25, a ver a mis sobrinos.

A esa época, la situación era compleja. La posición internacional de Jaime Roldós con la Carta de Conducta de 1980, contra las dictaduras militares, le acumularon oposiciones internacionales con vinculaciones nacionales, que se fortalecieron con el triunfo de Reagan en noviembre de 1980, que impidió la reelección de Carter –con cuyo gobierno Jaime tuvo vinculación aun desde antes de su posesión, el año 1979–.

En los primeros documentos llamados “de Santa Fe” –de los equipos de campaña de Reagan– de 1980, al cuestionar “manifestaciones no amistosas hacia los Estados Unidos”, se hacía mención crítica específica a la posición de Jaime Roldós y a la de Torrijos, exgobernante de Panamá, quien fallece, en otra tragedia aérea, el 31 de julio de 1981, a dos meses y días de la tragedia de Huayrapungo.

A nivel regional, la Democracia Cristiana asumió la línea de Reagan, convirtiéndose en crítica de Roldós. Su vocero fue Napoleón Duarte de El Salvador. Dentro del Ecuador se veía indispensable un replanteamiento. Un Consejo de Seguridad Nacional de tres días atrás de la tragedia, en la que participé como presidente de la Junta Monetaria, evidenció la gravedad que se vivía. A la salida me encontré con Martha Bucaram, muy preocupada por el riesgo de hechos inesperados.

¿Todo pura coincidencia?, quizás. Pero nadie podrá negar que primero se definió la versión del accidente, luego se armaron informes; ni las discrepancias que, semanas después, se evidenciaron en frase del sucesor, sobre que –para él y supongo que para los de su entorno– Jaime privilegiaba “a sus amigos y no los asuntos de Estado”; que, ante un pedido mío, para que puntualice lo expresado, su respuesta fue “a veces las palabras van más allá de los conceptos”. (O)