Llevamos meses rodeados de información sobre sicariato, ajustes de cuentas entre narcos, guerra entre grupos criminales, decomiso de drogas, armas, dinero –la lista es extensísima– enfocada sobre todo en las ciudades que registran más violencia, como es el caso de Guayaquil.

Sin embargo, las cosas en las demás ciudades del Ecuador tampoco andan bien. El miedo está avanzando a pasos agigantados y, desde la semana pasada, la sensación de inseguridad e impotencia se está apoderando de Quito. El detonante fue el asesinato del estudiante universitario en el sector de Bellavista, a quien luego de asaltarlo lo apuñalaron. La escalofriante escena fue grabada por las cámaras del ECU911, que en vivo y en directo registraba lo sucedido y cuyo video se viralizó.

Si bien la captura de los presuntos culpables se dio horas después, casi enseguida se produjo un intento de asalto –con disparos– en un local comercial ubicado a pocas cuadras del asesinato, en el corazón de lo que se conoce como el hipercentro de Quito, como es la zona de los centros comerciales de la avenida Naciones Unidas.

Las medidas de seguridad en los edificios residenciales y en los locales comerciales fueron la respuesta inmediata. Como también lo fue el miedo y las conversaciones especialmente vía mensajería instantánea, pidiendo a las familias que están por esa zona que eviten salir, que cierren bien y que ante cualquier cosa llamen a sus seres queridos y a la Policía.

Sin embargo, a esta lista se pueden añadir más casos no tan mediáticos, como el de un par de jóvenes que fueron secuestrados y llevados por varias partes de la capital, desde las 22:00 hasta las 03:00, para luego abandonarlos por el sector del Machángara, en medio de un ataque de nervios.

Para saber más detalles de lo que está viviendo Quito solo hay que conversar con un vecino, con el conductor de un taxi, con el dueño de la tienda de la esquina, con la peluquera, con los vendedores de las esquinas, con esas decenas de personas que forman parte de un barrio o de la zona por la que usted pasa. Y si no quiere hablar, vaya y dé una vuelta solo, a mitad de la tarde o inicios de la noche, y fíjese cómo la gente camina a paso apresurado –casi un trote– mirando por todo lado, evitando el contacto visual y siempre puede escuchar a algún comedidos que, si ven a una persona sola, le dicen que tenga cuidado, que se fije bien, para que no sea sorprendida en alguna esquina por algún malandro y le roben.

Este reino del miedo es perfecto para que las personas que están envueltas en la criminalidad se apoderen cada vez de más espacios e impongan sus reglas. Si bien es cierto que se requieren medidas conjuntas entre las autoridades municipales y nacionales, tampoco debemos olvidar que como ciudadanos no debemos ni podemos arrinconarnos y, consecuentemente, dejar que nos desplacen de las calles y parques que son nuestros. En ese sentido, debemos esforzarnos por cuidarnos entre todos, por denunciar cuando vemos cosas que no son comunes en nuestro entorno, por generar solidaridad, por extendernos la mano. Al miedo se lo ataca de manera conjunta y rápidamente. (O)