El Ecuador vive días muy complejos. En lo social, los grandes problemas de las mayorías siguen sin solución: inseguridad; un sistema de salud pública indolente, caótico y deficitario; la educación pública en deuda en calidad e infraestructura; y las oportunidades de trabajo, escasas. Una economía que funciona, como siempre, en beneficio de las élites y de los grupos de poder que gobiernan. Una burocracia dorada que invierte con cuentagotas en satisfacer las necesidades elementales de los más pobres, pero que junta con emoción la plata para pagar puntualmente la deuda externa, para regocijo de los tenedores de bonos, muchos de ellos ecuatorianos.

Esta ha sido la constante del país desde 1830, con altos y bajos.

Desde organismos internacionales llegan mensajes de apoyo a la gobernabilidad en Ecuador

Yo siempre he sostenido que todos los gobernantes llegan al poder con la firme convicción de cambiar esa triste realidad. De cumplir con los compromisos de campaña e intentar trascender como un gobierno que mejore la calidad de vida de los desposeídos de la patria. El problema radica en que gobernar es mucho más que buenas intenciones. Y hacerlo bien requiere de más que inteligencia o liderazgo.

Y en ese complejo recorrido, el gobernante va encontrándose con situaciones que jamás imaginó que existían y para las que ningún candidato llega preparado; para las que no se estudia en ninguna universidad.

Después de apoyarlo, PK y la ID se desmarcan del informe ‘El gran padrino’; mientras, el correísmo solicitaría juicio político a Guillermo Lasso el viernes

De modo que jamás existirá gobierno perfecto; en el mejor de los casos existen los que lograron trascender con un balance positivo, es decir, con más aciertos que errores.

La democracia no supone buenos gobiernos. Ni tampoco gobernantes demócratas. Supone, eso sí, la existencia de instituciones democráticas que distribuyan el poder, de tal manera que exista en la misma institucionalidad herramientas para resolver situaciones que afectan o amenazan afectar a la misma democracia.

(...) gobernar es mucho más que buenas intenciones. Y hacerlo bien requiere de más que inteligencia o liderazgo.

La actual Constitución contempla la destitución del gobernante. El impeachment (en inglés) es una figura democrática, prevista en las constituciones de muchos países y materia de estudio en las universidades del mundo. Pero también contempla la posibilidad de que el gobernante mande a su casa al poder legislativo. Esta sí, no existe en la mayoría de los países democráticos del mundo, pues (aunque impopulares en todas partes) no se concibe una democracia sin Parlamento y por más argumentos legales o constitucionales que se esgriman, un presidente que lo disuelve corre el riesgo de ser visto como dictador.

Hago esta referencia porque, tal como pinta el panorama, estamos ad portas de un juicio político que podría llevar a la destitución del presidente, y/o a que este utilice la denominada muerte cruzada para disolver la Asamblea Nacional. Ninguna de las dos situaciones, en tanto y en cuanto, cumplan con la norma constitucional, se pueden considerar golpes de Estado.

Eso sí, en el caso de la muerte cruzada, será muy cuesta arriba conseguir la legitimidad internacional, por los motivos aquí expuestos.

Desde esta columna hacemos votos porque las autoridades que protagonizarán lo que se viene estén a la altura de las circunstancias y actúen con rigor y apego a la Constitución, y con ello a la institucionalidad democrática. (O)