Escucho la música de Mahler, por culpa de Bukowski. Dos sujetos que experimentaron en sus géneros sin respeto, atrayendo la hostilidad de la crítica y de un gran sector de la comunidad. ¿Qué habría sucedido si en su momento hubiesen existido las redes sociales y hubieran estado expuestos al circo romano de los pulgares abajo; se habrían generado movimientos insurrectos que los reivindicaran o serían víctimas de un masivo linchamiento mediático?

Hay quienes plantean que las redes sociales promueven una degradación del diálogo y el espacio público, las personas en la inmediatez se apresuran a emitir opiniones hepáticas frente a lo que no les gusta y esto se divulga y se repite hasta el infinito.

Con este contexto, quiero referirme a lo sucedido con un joven de 19 años que ante la invasión rusa a Ucrania fue parte de los ecuatorianos que retornaron en el primer vuelo humanitario gestionado por el Gobierno. A su regreso, entrevistado por una radio, emitió un comentario en el que, a través de un discurso aparentemente contradictorio, enumeraba las acciones realizadas por la gestión diplomática, pero afirmaba enfáticamente que la Cancillería no hizo absolutamente nada, cerrando con una frase que se hizo tendencia: “Algo es algo”.

No sé si la sensibilidad social frente a momentos de guerra, o la presencia permanente de fantasmas políticos, o el poder moral que otorgan las redes sociales hizo que se produjera una desmedida reacción. Más de dieciocho mil tuits mostraban o enjuiciaban de manera despiadada al muchacho. Figuras públicas, políticos, periodistas y autoridades se sumaron en este ataque desproporcionado, con juicios lapidarios como “Estás pasando a la historia como el ser más ingrato que ha parido país alguno”, otros proyectaron su rabia generalizando su desprecio a toda una generación.

Es totalmente legítimo estar en desacuerdo con algo y tener la posibilidad de expresarlo, sin embargo, siento que se podría estar evidenciando una preocupante falta de empatía, producto de que el otro, en redes sociales, pareciera perder su condición humana y transformarse solo en un espectáculo a merced de nuestras pasiones. Hay que considerar que la vida no termina en la pantalla y que eso que proyectamos puede tener consecuencias personales y sociales que exceden por mucho al impacto o efecto de un comentario particular como el emitido por el estudiante.

No sabría decir cuáles son los límites para un comentario o un juicio, pero intuyo que llegó el momento de hacerse ciertas preguntas al respecto, y eso me recuerda un texto de Heidegger, escrito en el año 1953: “Cuando un suceso cualquiera sea rápidamente accesible en cualquier lugar y en un tiempo cualquiera; cuando se puedan ‘experimentar’, simultáneamente, el atentado a un rey en Francia y un concierto sinfónico en Tokio; cuando el tiempo solo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad… cuando el boxeador rija como el gran hombre de una nación; cuando en número de millones triunfen las masas reunidas en asambleas populares, entonces, justamente entonces, volverán a atravesar todo este aquelarre, como fantasmas, las preguntas ¿para qué?, ¿hacia dónde?, ¿y después qué?”. (O)