El año 2023 va a ser difícil para las economías latinoamericanas. Independientemente de la ideología de sus presidentes, sus países van a crecer apenas un promedio de 1,2 %. No hay grandes diferencias entre los gobiernos de izquierda y de derecha en este indicador. En ese mismo lapso de tiempo, comparada con otras regiones periféricas, su desempeño no es bueno. El África crecerá un 3,2 % y los estados del Sudeste Asiático un 4,6 %. El orden internacional está en transformación, y en esa dinámica el riesgo de perder relevancia estratégica es muy alto.

El mundo no alineado

Una de las necesidades de la política internacional contemporánea es la de diversificar contactos, porque el futuro a mediano plazo es confuso en términos geopolíticos. El orden mundial, que se encuentra en transición hacia un escenario que desplaza la arquitectura surgida luego de la Segunda Guerra Mundial, produce nuevas inseguridades. Pero la búsqueda no es fácil. Si miramos, por ejemplo, a la asociación que muchos ven como una alternativa emergente, los Brics, observaremos que hay grandes diferencias entre sus miembros. Las dos grandes potencias asiáticas van bastante mejor que el promedio mundial en crecimiento. India y China rondan el 5 %, mientras que Rusia, capturada por un esfuerzo bélico sin horizonte previsible, se queda en el 1,2 %; pero Brasil y Sudáfrica no crecen ni siquiera al 1 %. Los Brics son heterogéneos, y las distintas necesidades de sus economías no hacen de ellos un bloque geopolítico mundial con capacidades integradas. Son por el momento una expectativa, el problema es que ya llevan catorce años siéndolo.

El nuevo orden mundial al 2030 en una sociedad adicta al petróleo y multipolar

Los datos globales muestran, sin embargo, que es una tendencia persistente del mundo contemporáneo. Hay un centro económico global que se construye en el este de Asia al que se suma la India. La segunda mitad del siglo XXI observará muchos de los principales acontecimientos sociales y económicos desarrollándose en las riberas del Pacífico y del Índico. Esto no significa necesariamente el abatimiento del antiguo centro histórico de la Modernidad ubicado en el Atlántico Norte; el nuevo orden multipolar no supone el hundimiento de Europa y de Norteamérica, pero sí que ellos no serán el único polo económico y político preeminente del mundo.

En este contexto, las posibilidades de América Latina pasan por una profunda reforma de sus estrategias de desarrollo. La región no podrá crecer, ni acercarse al resto de países del orbe, mientras persistan los desequilibrios que generan el deterioro de sus recursos laborales, un activo que requiere mucha más inversión social: calidad educativa en todos los niveles, por ejemplo. Pero se precisan recursos. En tanto la carga fiscal, los impuestos, el más importante instrumento de financiamiento equitativo en América Latina (y el mundo) siga siendo objeto de reducción y denostado por aproximaciones demagógicas, menos posibilidades tendrán los Estados de construir cimientos que apuntalen el futuro y el crecimiento, horizontes que no pasan por la extracción de recursos naturales, sino fundamentalmente por el desarrollo de las capacidades productivas y creativas de las poblaciones. (O)