Correa sabía que la mejor carta para las elecciones del 2017 era Lenín Moreno. Si escogía a su socio y cómplice, Jorge Glas, perdía esos comicios. Era un secreto a voces que el entonces vicepresidente había enloquecido por el dinero fácil. Se dice que hasta facturaba las audiencias. Glas hedía a corrupción. Sin embargo, se impuso su nombre para ser binomio con Lenín, quien gozaba de una gran imagen positiva.

Hasta la estrecha y dudosa victoria, todo era fraternidad. Correa decía: “La revolución queda en buenas manos”, en las de “ese increíble ser humano Lenín Moreno”. “Compañero leal, íntegro”. “El mejor ecuatoriano”. Lenín, a su vez, le glorificaba diciendo que era “uno de los mejores hombres que ha tenido la patria”. “El mejor que ha tenido la patria.” Proceso convertido en “leyenda”. Que narraría con orgullo a sus hijos y nietos lo que se hizo y se logró. Era leyenda. Al igual que Alfaro. O más que Alfaro.

Correa estaba convencido de que Lenín sería manejado y le guardaría el puesto para el 2021. Pero el curso de la historia cambió y tal deseo se diluyó. La referencia a la mesa no servida es el inicio del rompimiento. Y se dijeron de todo. Recordemos que no hay adjetivo ni agravio que se hayan reservado para lastimarse. Un abismo los ha alejado, quién sabe por siempre.

Esta ruptura repleta de animadversión recíproca entre el caudillo y el sucesor me recuerda una frase del poderoso y controvertido político italiano Giulio Andriotti: “Hay amigos íntimos, amigos conocidos, adversarios, enemigos mortales y… compañeros de partido”. Andriotti fue siete veces primer ministro.

Lenín Moreno perdió un tiempo precioso y cometió errores. Vacilante y pausado en decidir. Rodeado de incondicionales de Correa. La crisis lo atormentaba, al extremo de que confiesa haber pensado en renunciar. Y tuvo que pedir auxilio a economistas que fueron estigmatizados durante la desdichada revolución ciudadana, como “neoliberales” y “contadores”. No hay duda de que Lenín Moreno queda endeudado con la ciudadanía y ante la historia. Por ejemplo, el abandono de la cirugía mayor contra la corrupción que ofreció.

Pero ahora que está por irse y antes de que llegue el olvido, es justo reivindicar su inequívoco protagonismo en habernos alejado del modelo autoritario y del infierno que envuelve a los hermanos venezolanos y nicaragüenses. Al decidir la consulta popular de enero del 2018, prefirió transitar hacia la democracia y devolver la libertad que había sido negada en diez años de intolerancia.

Lenín Moreno, con el consentimiento popular derribó y desmanteló parte de la estructura del poder absoluto que se había erigido. Hizo posible un CPCCS de transición. Desbarató el sueño de la reelección perpetua y nos devolvió la alternancia democrática. Se aprobó la “muerte política” con la inhabilitación de por vida a los condenados por corrupción. Liquidó la ley confiscatoria de plusvalía. Pero, sobre todo, recuperó la libertad de expresión, de información y comunicación. Ahora respiramos tolerancia, pluralismo y libertad. Volvemos a la democracia. ¿No les parece razonable reconocer esto? (O)