Malcolm X, uno de los intelectuales más importantes del siglo XX, se salvó de morir por la intervención policial que lo llevó a la cárcel. En la prisión asignada hubiera sido asesinado de no ser por un traslado. En varias ocasiones él dio crédito a ese centro de rehabilitación que le prestó las condiciones dignas para leer en una amplia biblioteca, pensar tranquilo en su celda individual mientras se preparaba para la vida de activista, líder contra la injusticia y opresión en búsqueda incansable de la libertad. En Estados Unidos hay cárceles monstruosas –probablemente no tan infernales como las ecuatorianas– pero también hay otras que hacen su trabajo de manera apropiada y humana.

En paréntesis las palabras de Malcolm X: “En el ritmo frenético del mundo actual, no hay tiempo para la meditación o para el pensamiento profundo. Un prisionero tiene tiempo que puede aprovechar. Pondría la prisión en segundo lugar después de la universidad como el mejor lugar al que puede ir un hombre si necesita pensar un poco. Si está motivado, en la cárcel puede cambiar su vida“. Bueno, no en cualquier cárcel.

El Gobierno actual debe arriesgarse, empezar a hacer más, comunicarlo asertivamente y dejar a otros la búsqueda de culpables.

Por los errores y demora en acciones urgentes para controlar las cárceles surgen narrativas peligrosas de oportunistas. Alegan que la Policía no puede actuar porque corre riesgo de ser “sentenciada”. Esto es falso, empuja al ciudadano mal informado a justificar la inacción. Peor aún, algunos cuestionan en nuestro país desmemoriado, las merecidas sentencias de los guardias que torturaban sistemáticamente a los presos de Turi. Es deber del presidente explicar por qué la policía “no tuvo condiciones para ingresar a la cárcel” como dijo su comandante y además disipar las ideas fascistoides que van en aumento.

Otros relatos políticos dicen que hay que cambiar la Constitución para que los militares entren a las cárceles a poner orden. El presidente debe mostrar a la población cómo las FF. AA. han sido incapaces de controlar la introducción de armas desde el perímetro externo que ellos custodian, como también fracasan en hacerlo en las fronteras y puertos.

Estos discursos llevan el peligro mayor para el Gobierno: lo muestran débil, como que no tuviera herramientas para actuar frente a la crisis. Y sí que las tiene, de hecho antes de ser presidente, Lasso habló muchas veces de una respuesta integral y humanista para enfrentar los problemas de seguridad y cárceles del país.

“Por lo general, cuando la gente está triste, no hace nada. Simplemente lloran por su condición. Pero cuando se enojan, provocan un cambio”.

Ojalá se enoje el presidente, pero sobre todo que se arriesgue. Que cuente la verdad de la ineficiencia del Estado por décadas. Que busque un nuevo paradigma lejos de hacer lo mismo de siempre: aumentar presupuestos, armas y reformar leyes.

Es hora de pedir apoyo a la sociedad civil, principalmente de las facultades de derecho. Que Lasso se juegue por mostrar la desidia y corrupción. Pero debe actuar YA. El país necesita tener más datos, tal vez aceptando la realidad logremos hacer las políticas públicas necesarias para evitar tener tantas personas privadas de la libertad, en riesgo de muerte bajo custodia estatal.

“Los niños dan una lección que los adultos deben aprender: no avergonzarse de fallar, sino levantarse y volver a intentarlo. La mayoría de nosotros, los adultos, tenemos tanto miedo, somos tan cautelosos, estamos tan ‘seguros’ y, por lo tanto, estamos tan encogidos, rígidos y temerosos que esa es la razón por la que tantos humanos fracasan. La mayoría de los adultos de mediana edad se han resignado al fracaso“. (Malclm X).

(O)