El siglo XX en la literatura ecuatoriana parece dividido entre dos facciones: la primera, nutrida en una formación clásica y humanista, marcada por un universalismo que parecía convertir la literatura en monumento, y la segunda, preocupada enfáticamente por dar cuenta de un tiempo y un lugar actuales, parecía convertir la literatura en arma y hacer de estas armas un nuevo monumento. Ambas facciones estaban templadas en un mutuo y tópico rechazo. Lo paradójico es que la concepción clásica del humanismo, en su sentido más hondo, siempre ha estado preocupada por lo contemporáneo, y la preocupación por el aquí y el ahora precisamente envejece muy rápido y sus formas quedan marcadas por la caducidad de lo inmediato. En esta guerra cultural se inventaron estatuas para el deseo de derrumbarlas. Así ocurrió con Aurelio Espinosa Pólit (1894-1961), el gran humanista ecuatoriano, contra el que se aplicó silencio o rechazo por parte de varias generaciones de escritores y críticos que quisieron banalizarlo a él y a otros contemporáneos suyos con el epíteto de “hispanizantes”. Agua pasada esta disputa marcada por un tiempo histórico, hay que volver a lo que realmente se hizo y que fue, sin duda, un trabajo titánico con la cultura y las letras en ambos extremos. Esto se puede percibir con claridad en el reciente proyecto de publicación de las obras escogidas de Espinosa Pólit, a cargo de uno de los mayores investigadores ecuatorianos en archivos y documentos literarios, Gustavo Salazar Calle. Dividida en un total de seis partes, acaba de publicarse la primera, en dos tomos, con las traducciones de El teatro de Sófocles en verso castellano. Desde Edipo Rey hasta Electra, pasando por Antígona, las siete obras de Sófocles traducidas por Aurelio Espinosa Pólit dan cuenta de una de sus vetas fundamentales de la traducción. Las otras serán Virgilio y Horacio, que corresponderán a la segunda y tercera parte del proyecto editado por el Centro de Publicaciones de la Universidad Católica de Quito, que sigue marcando hitos en la edición universitaria y literaria ecuatoriana. Las traducciones de Espinosa Pólit son ejemplares, fluidas y de referencia.

La minuciosa introducción de Gustavo Salazar funciona a manera de semblanza de quién fue Espinosa Pólit. Emigrado desde niño con sus padres a Europa, su formación se realizó en lengua francesa en Francia, Suiza y Bélgica, con un año en Inglaterra. Luego, cuando realizó sus estudios religiosos, estuvo en Granada, Madrid, Barcelona, y, finalmente, cursó estudios clásicos en Cambridge. Cuando volvió a Quito tenía treinta años. Su regreso a Ecuador marcó el ambiente literario y educativo. En paralelo al auge del realismo literario, que parecía estar colocado en las antípodas de sus intereses clásicos, su labor se volcó a la traducción, la investigación y el rescate editorial, con gran aparato crítico y filológico, de obras emblemáticas de Eugenio Espejo, Gaspar de Villarroel, Juan de Velasco, Juan Bautista Aguirre, entre muchos más. Fue fundador de la Universidad Católica en 1946, uno de los centros de estudios literarios decisivos para el siglo XX. Resulta casi paradójico que ahora que finalmente aparece esta suerte de obras casi completas, los estudios literarios de la Universidad Católica estén pasando por una crisis inédita. Las universidades se suelen venir abajo cuando no se incentiva la creatividad, cuando prima la politización carente de autonomía frente al gobierno de turno, la mediocridad burocrática, la falta de armonía provocada por docentes con sectarismos de trinchera que consideran la cátedra un nido de adoctrinamientos lejos de la dimensión abierta de la Universidad, e incluso existe la variante posmoderna tan perniciosa como las anteriores: considerar la enseñanza un negocio lucrativo e inescrupuloso, con alumnos-clientes.

Más allá de los problemas inherentes a las universidades, Espinosa Pólit parece venir de ultratumba para dar cuenta en esta reedición de su obra de una fluidez ejemplar de la parte más viva de la literatura. En su estudio introductorio sobre Sófocles hay un párrafo preciso que no puedo dejar de citar como ejemplo de humanista: “Podemos leer y estudiar a Sófocles para volver hacia él, en viaje de retorno, a través de los siglos; y podemos leerle y estudiarle para hacerle venir a él hacia nosotros, redivivo y rejuvenecido. Podemos tratar de acomodar nuestra actualidad a su antigüedad; pero también podemos probar qué figura hace su antigüedad en nuestra actualidad. Podemos explorar su archivo vetusto por el afán de saber cómo era el hombre hace veinticuatro siglos, y podemos con igual éxito, y tal vez mayor provecho, comprobar admirados cuán idéntico en todo lo fundamental era el hombre de hace veinticuatro siglos con el hombre de hoy. Podemos, en una palabra, considerar las tragedias de Sófocles como documentos históricos; pero pueden ellas no menos servirnos de auténticas y actuales lecciones de vida”. Esta modulación de su párrafo, equilibrado en su vaivén antitético, permite hacer palpable el criterio de equidistancia que permiten los estudios literarios frente a visiones más bien redentoras y politizadas que instrumentalizan cualquier material cultural. Dice a continuación: “El conocimiento de las ciencias (fuera de nociones que nadie debiera ignorar) es ocupación de especialistas; el conocimiento de la vida es incumbencia de todos”. Entender que la literatura es el conocimiento de la vida es parte del magisterio de humanistas como Aurelio Espinosa Pólit. Se coloca en un segundo plano para servir en la bandeja de nuestro propio idioma esa remota provocación que siempre han sido los grandes escritores, en su caso Sófocles, Virgilio y Horacio. Espero que los siguientes tomos de sus obras sigan llegando en breve, y que otras instituciones, universidades y editoriales (y por qué no el actual Ministerio de Cultura, si se pone al servicio de ellas y no al revés) tomen nota de la importancia de que los clásicos ecuatorianos cuenten –porque no lo cuentan– con ediciones logradas, de alto nivel, asequibles y realmente relevantes para la cultura, que despierten la pasión por saberes sin fronteras y por un sentido abierto de una tradición que no se somete al populismo de turno. (O)