¿Qué hubiera ocurrido si Alfredo Baldeón, el hijo literario de Joaquín Gallegos, se hubiera conocido con Baldomera, la criatura de papel creada por Alfredo Pareja?

Alfredo decía que mientras quede uno solo con hambre, todos la tendrían. Desde chico no soportaba las injusticias. Defendió a su madre cuando su padre le quiso pegar. Se fue a Esmeraldas a luchar con las montoneras de los negros para rescatar la revolución liberal que sus indignos herederos habían ultrajado. “El negro es negro para que trabaje y para patearlo. La negra para tumbarla y hacerle un mulato”.

Cien años de la masacre obrera: Salarios miserables, huasipungos, explotación y alto costo de la vida impactaba a los trabajadores antes de 1922

En el taller mecánico donde laboraba a su regreso a Guayaquil, era el único que no se dejaba atropellar por su patrono. Y cuando las condiciones laborales empeoraron por la caída del precio y del volumen de las exportaciones de cacao, la explotación creció: bajaron continuamente las remuneraciones de los obreros y subieron los precios de los productos, hasta hacer su vida miserable como nunca antes se había vivido en la ciudad y morderles el hambre. Pero la señora Petita no desalojaba a sus inquilinos, pobres como ella. La directora de una escuela manifiesta que los niños llegan sin desayunar. Los despidos laborales se multiplican. Harto de los abusos de su nuevo empleador, Alfredo deja el trabajo. Pero su Leonor esperaba un hijo de él. Se angustia, ella lo apoya.

Alfredo decía que mientras quede uno solo con hambre, todos la tendrían. Desde chico no soportaba las injusticias.

Hasta que se levantaron los trabajadores de Guayaquil. Y el escéptico Baldeón empezó a creer en la organización para luchar por sus reivindicaciones. Habían perdido el miedo, la apatía. “Eran los mismos hombres a quienes el exceso de trabajo embrutecía, cuyo horizonte terminaba incendiado en un vaso de aguardiente, cuyo entusiasmo solo estallaba como espectadores del boxeo…; eran los mismos, pero con el chispazo de otra llama en la mirada”. Una manifestación multitudinaria recorre las calles para demandar el respeto a la ley de ocho horas diarias de labores, alzas de salarios. El ejército se mancha con sangre obrera, testigos declaran que los aplauden al final de la jornada en la avenida 9 de Octubre. El presidente Tamayo había ordenado al jefe militar de la plaza que a las 6 de la tarde debía informarle que había impuesto el orden público “cueste lo que cueste”. Matan a cientos de seres humanos, entre ellos a Alfredo a los 22 años. Se había llevado en su corazón la última sonrisa de Leonor. No vería a su hijo, que nació muerto.

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Si el panadero Alfredo se hubiera conocido con Baldomera la vendedora de fritangas, hubieran guerreado juntos. Ella también arengaba para la lucha. Se enfrentaba a hombres. Estuvo en la refriega y se salvó de morir embarrándose de lodo y cubriéndose de cuerpos, después de encargarse de un soldado que la quiso asesinar.

Alfonso, el amigo de Alfredo, que creía que “hay que defender lo que es justo, aunque uno se joda”, le dice a su amada Violeta: “¿Cómo pretender ser felices en un mundo en que reinan el hambre y la muerte? En nuestro infeliz país toda alegría se la robamos a alguien. ¡Aquí no podemos ser dichosos sin ser canallas!”, 15 de noviembre de 1922 en la memoria fecunda del pueblo. (O)