“El fin justifica los medios” es una de las frases más repetidas de las escritas por el genio italiano del maniqueísmo, Nicolás Maquiavelo, sobre todo en el ámbito político mundial, y que en una traducción más reciente y popular en territorios como el nuestro podría ser la frase madre de aquello de “que roben pero que hagan”.

Ese fin, en el caso de las redes sociales, parece haber sido muy permisivo con una serie de distorsiones y manipulaciones de las que ahora se acusa a plataformas como Facebook, Instagram y WhatsApp, con evidencia real y tangible como aquellos informes internos de la empresa liderada por Mark Zuckerberg que causaron recientemente conmoción al revelar que estaban conscientes del daño sicológico que se está causando a sus seguidores, principalmente mujeres adolescentes, con casos de depresión por una imagen inalcanzable que ha puesto a algunas de ellas incluso en la ruta del suicidio.

Y poco después, con las revelaciones de una excolaboradora suya, con todas las medallas tecnológicas en el pecho, que ante la televisión y el Senado ha puntualizado que los productos de Facebook “dañan a los niños, avivan la división y debilitan la democracia”, al anteponer las ganancias económicas a la ética. Lo que hace sospechar que el gigante del internet está en una especie de “bancarrota moral”, de difícil retorno.

En los mismos informes internos en los que se revelaba la afectación a las mujeres jóvenes, se supo también que el supuesto control de frases inadecuadas al que parecía que todos estábamos sometidos, es permisivo hasta por 24 horas, con los dichos de 5 millones de influencers que mueven con fuerza la interacción.

Y como si aún quedase espacio para el postre, el fin de semana pasado se publicó otra revelación de cómo Facebook había tolerado contenido potencialmente violento, con discursos de odio en países en guerra, con el fin (volvemos a Maquiavelo) de seguir creciendo y ganando dinero. Método que parece efectivo ya que, a pesar de todo, sigue siendo la red social de mayor impacto.

Hoy, ante todo esto, aparece Zuckerberg a anunciar el cambio de nombre de su empresa, que en adelante ya no será Facebook, como su producto estrella, sino Meta, con una imagen de infinito que lo delata en su afán de un liderazgo vitalicio. El Metaverso al que alude, explican los entendidos, antepone un universo virtual al real, separa a quien lo usa del mundo físico y le permite departir 3D con otros metaversianos en ese mismo espacio, desde Japón o Noruega.

¿Paños fríos para una ‘bancarrota moral’ ardiente? ¿Lavado de cara para seguir adelante con las mismas cuestionadas ‘metas’? ¿Insistir en la fama cuando lo que hay que recuperar es un prestigio alicaído? ¿O es que en realidad lo que busca el líder de Facebook es abstraerse de esa realidad que lo agobia y enfocarse hacia otra virtual que lo favorezca?

Todo eso sin duda quedará claro cuando comience a andar la “nueva” empresa del señor Zuckerberg y empiece a dar muestras de si hay o no verdaderas intenciones de cambio. O de mantener un liderazgo que use la ética como alfombra. (O)