Querido lector, debería empezar esta columna abordando temas coyunturales, como los índices de contagios, los plazos para el aborto, los millones destinados para el sistema de rehabilitación social, las ridículas respuestas del alcalde de Zaruma y su incompetencia; pero la verdad es mi primera columna del año y en esta ocasión prefiero hablar de la necesidad de encontrar un momento a solas con nosotros mismos y empezar a dar valor a las cosas que realmente importan, empezar a soltar los miedos y navegar por un mundo de opciones que solo nuestra mente nos dice que son inalcanzables.

A veces nuestro mejor mérito es la terquedad, tener una especie de fuego que arde en el alma, que nos hace no renunciar a nuestros ideales y convicciones, aquel devenir en el tiempo que debemos cultivar con paz y felicidad, porque, amigo lector, el odio… el odio es complejo, el odio nos termina estupidizando, nos termina carcomiendo hasta ser una cáscara vacía de frustraciones, envidias y miedos. Ya salgamos de nuestras pantallitas de celular, dejemos a un lado esa ficción de ser lo que no somos y busquemos realmente ser lo que queremos ser, conquistar nuestro propio milagro, para sanar lo que nos hiere.

Tal vez, como muchos, se ha trazado la meta de que este año va a ser distinto, pero no es el año el que debe cambiar, es usted el que tiene que, por más bien que se sienta, hacer una pausa y analizar si está haciendo lo que ama, porque a este mundo no le falta gente influyente, ni poderosa, ni millonaria, eso es una ficción de felicidad impuesta, a este mundo le hace falta gente feliz, sencillamente porque hay un nuevo día por conquistar, una nueva sonrisa que sacar, un nuevo bien que realizar, una nueva lucha que ganar, un mensaje que escuchar, porque nadie, absolutamente nadie, es merecedor de nuestra indiferencia, es merecedor de nuestra mejor versión, porque en eso consiste el ser un ser humano bueno, no aquel que sale a dar una limosna de manera vertical humillando al que recibe, sino aquel que se pone a la altura del que cayó en desgracia para ayudarlo y le extiende la mano para levantarlo.

¿Utopía? Tal vez sí, pero en este mundo que cambia y sigue cambiando, si no cambiamos nosotros, sencillamente nos estacionamos como agua en un estanque a esperar pudrirnos, porque como decía Mario Benedetti, “me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace… que posee sentido de justicia”, en otras palabras, a mí me gusta la gente que es como un río porque oxigena y da vida, aquella persona que lucha por su sueño hasta alcanzarlo, que no se esconde y levanta su voz por aquellos que callan, que toma el sufrimiento y lo convierte en aprendizaje, me gustan las personas que buscan un sentido, viven una vida, que por su naturaleza tienen altos y bajos, pero que sin embargo siguen siendo bellas y perfectas, mientras uno les inyecte esperanza y buena vibra. Feliz año, querido amigo lector, espero poder seguir charlando con usted, haciendo a través de las letras un mundo nuevo con una diminuta opinión. (O)