“¿Qué hace abuelita?”, le pregunté cuando la vi con un crucigrama en la mano. Me respondió en tono serio: “Aquí ando sentada, haciendo como que estoy haciendo algo, pero en verdad no estoy haciendo nada”. Me sonreí por la sinceridad con la que me lo dijo. Ella cumplió este año cien años de vida, y mantiene intacta su chispa para responder. Me hizo notar que vamos a tener mucho tiempo libre cuando seamos ancianos; tanto tiempo que hasta nos tocará actuar como si estuviéramos ocupados, para justificar el paso de las horas. Sus palabras me hicieron ver que no tenemos tiempo que perder. Me quedó muy claro que tendremos tiempo más adelante para no hacer nada, cuando nuestras energías ya no sean las mismas. Una frase clásica que los emprendedores jóvenes de Silicon Valley repiten cuando lanzan un proyecto, es que su producto va a cambiar el mundo. A pesar de que considero que es una frase histriónica, me gusta. Nadie en este mundo que tenga salud debe estar vivo para menos que eso. Qué tan grande es el mundo que cada uno va a influenciar, va a depender de la dimensión que cada proyecto de vida tenga. Habrá personas que por sus capacidades intelectuales y de liderazgo podrán influenciar a millones de personas, habrá en cambio otras personas que llegarán a un grupo de gente más pequeño, y otros que por miedo a equivocarse se guardarán todas sus capacidades para sí mismos, y desperdiciarán sus vidas.

¿A qué le tenemos miedo? Si al final de cuentas nos vamos a olvidar de todo, incluyendo de cualquier ridículo...

En la misma visita que vi a mi abuela, almorcé con mis padres. Mi papá cumplió hace poco ochenta y un años, y está perdiendo aceleradamente su memoria. Se acuerda de eventos que pasaron hace más de cuarenta años con más claridad que otros que pasaron la semana pasada. ¿Qué nos detiene a decir o hacer lo que queremos?, ¿a qué le tenemos miedo? Si al final de cuentas nos vamos a olvidar de todo, incluyendo de cualquier ridículo que hayamos hecho en el proceso. El olvido nos va a llegar a todos.

Han pasado veintidós años desde el día que nació mi primer hijo, y puedo recorrer su vida en mi memoria, como si contara alguna de mis películas preferidas. Así de rápido pasó. Cuando vuelva a pasar esa cantidad de años habré superado los setenta años. La vida se siente como un parpadeo, no podemos permitirnos que se nos pase en frente de nuestros ojos sin haber dejado lo mejor de nosotros. En el camino debemos reírnos de nuestros fracasos y festejar nuestros triunfos; los primeros son temporales, y con los segundos vamos dejando nuestra huella.

A los hijos hay que formarlos, a los nietos hay que protegerlos, a los padres hay que acompañarlos, a los abuelos hay que escucharlos, a los amigos hay que celebrarlos, a las parejas hay que divertirlas, a los clientes hay que servirlos, a los profesores hay que agradecerles, a los alumnos hay que guiarlos, a nuestras mascotas hay que acariciarlas, a los compañeros de trabajo hay que apoyarlos, a los vecinos hay que ayudarlos, y a las familias hay que adorarlas. Debemos vivir nuestras vidas siendo recíprocos con la oportunidad que nos dieron de estar aquí y caminar con el firme deseo de hacer mejor nuestro mundo en cada paso que damos. (O)