Todos hemos visto en las películas cuando el sentenciado camina hacia el cadalso, lugar especialmente preparado para ejecutar a quien ha sido condenado a la pena de muerte.

Ese tránsito es triste, sobrecogedor y cargado de drama y angustia. El condenado, los observadores, los verdugos, todos se sumergen en una tensa realidad.

Así parece el camino a las elecciones en el Ecuador. Los ecuatorianos, testigos de tanta confrontación, de vacío tremendo en las propuestas, de mensajes populistas, irreales, fantasiosos y hasta irrelevantes, estamos obligados por la sentencia de la obligación del voto a ir a un cadalso, en el cual nos parece que bajamos la guillotina de nuestro destino.

Elecciones seccionales de Ecuador 2023


Es que por encima de una crisis universal del sistema democrático, que debe reinventarse en muchos aspectos, el nivel de la política ecuatoriana ha descendido a un albañal insospechado, a bajezas que no existían antes, a vinculaciones con el narcotráfico y el crimen organizado, a una impunidad generalizada, a una entronización de sistemas de corrupción, en fin, a un conjunto de cosas y casos que dejan al elector con la sensación de que la elección se realiza en unos recintos electorales con olor y sabor a patíbulo.

Cuando el día de mañana analicemos los resultados, hagámonos la pregunta si realmente hay vencedores y vencidos, si realmente algo sobre los grandes problemas del Ecuador se ha resuelto con nuestros votos, si vamos a tener una diferencia radical en nuestras vidas.

Que estas elecciones, que las sentiremos tan improductivas, ‘una más’, nos hagan cambiar el chip y la mentalidad.


Nos daremos cuenta de que nada, o muy poco va a cambiar. Porque ni las elecciones, ni quienes participan en ellas pueden hacer algo importante mientras la sociedad no tenga conciencia de un destino, de un norte, de una ruta. Y el Ecuador está lejos, muy lejos de ese nivel de conciencia, de esa aceptación de un destino común para todos sus hijos.

Y como eso es tarea de toda la sociedad, orientada por líderes responsables, las elecciones entonces no resuelven nada y la frustración crece, y el desánimo y desesperanza con respecto de la democracia crecen, así como la ira y la frustración.

Al analizar entonces los resultados tratemos de obligarnos todos al gran diálogo nacional sobre la fijación de objetivos, sobre la fijación de metas comunes, de puntos mínimos de acuerdo sobre los grande problemas de la nación. Entonces sí tendrán sentido las elecciones, porque quienes vayan a ellas no deberán proponer sandeces, ni mentiras populistas, sino referirse a esos grandes acuerdos de la nación y cómo cumplirlos.

No será entonces un camino al patíbulo, sino un camino de esperanza para depositar el voto que hoy nos decepciona y nos deja con la moral por el piso.

Que estas elecciones, que las sentiremos tan improductivas, ‘una más’, nos hagan cambiar el chip y la mentalidad.

Mucho se dirá lo de siempre: “Ha sido una fiesta de la democracia”, “ha triunfado la democracia”. La realidad es otra: una elección más sepultada en la intrascendencia, hasta que los líderes de esta nación se unan a forjar una agenda nacional que haga que las elecciones valgan la pena. (O)