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Richard Carapaz no solo consiguió la segunda medalla olímpica de oro del Ecuador en la competencia de ruta en Tokio. Lo importante, lo esencial, para quienes lo vimos llegar primero tras los 235 kilómetros de brega, es que el ciclista oriundo de Carchi nos volvió a conectar con lo mejor de todos nosotros, los ecuatorianos.

Tal como 25 años antes, tras el triunfo del marchista Jefferson Pérez en Atlanta, la medalla de Carapaz nos vuelve a llenar de orgullo y deseo de emulación. Carapaz no estaba entre los máximos favoritos, vigésimo en las apuestas, que protagonizaban los que lo acompañaron en el podio, el belga Van Aert y el esloveno Pogacar, que además venían con equipos poderosos. Nada de eso importó para la determinación de Carapaz, que alcanzó a pasar el penúltimo puerto de montaña, de más de 10 kilómetros y pendiente media del 10 por ciento, junto a la decena de ciclistas que iba a disputar medalla. Los líderes se turnaban en los ataques, pero fueron Carapaz y el norteamericano McNulty quienes coronaron el último puerto de montaña y sacaron hasta 40 segundos al pelotón de favoritos en el descenso. Pero la potencia de los favoritos, sobre todo de Van Aert, los acercó hasta estar a 15 segundos de la fuga, faltando 8 kilómetros de meta.

Ahí Carapaz hizo el equivalente a cuando Pérez movía su gorra en señal de ataque: aceleró de improviso, dejando a McNulty atrás y embalando para la gloria. Fue emular a su compatriota cuencano, recorriendo sin rivales los metros finales del camino a la gloria. Un sprint en solitario, pero con todo un país detrás suyo. Millones de almas aclamándolos desde la distancia, orgullosos de saberlos nacidos en su suelo patrio. Dos héroes del deporte nacional que demostraron que el tesón y valentía cotidianos pueden romper los límites de lo posible.

Y eso, sobre todo por la estela de éxitos recientes de Carapaz en el ciclismo de ruta, nos ha cobijado a los ecuatorianos en una suerte de halo de orgulloso deseo de superación. Es una gran oportunidad que no se debiera volver a diluir, como ocurrió tras los éxitos de Pérez. Para comenzar, los dos son casos excepcionales, destinados a romper marcas y hacer historia, pero sin émulo equivalente después, a menos que se generen procesos deportivos que brinden resultados que no provengan del azar. Lo segundo, es la necesidad de masificar y generar espacios para la práctica deportiva, más allá del fútbol u otras disciplinas que absorben interés y recursos. Eso tanto a nivel del deporte de competencia, como a nivel de una sociedad que necesita combatir el sedentarismo y el sobrepeso, que se ciñen como los grandes problemas de salud pública, acentuados en época de pandemia. Finalmente, el mejor homenaje que podemos hacer los ecuatorianos es conducir nuestros autos mejor, respetando a ciclistas y peatones. Es probable que se genere un interés de niños, jóvenes y adultos por el ciclismo recreativo o competitivo, lo que en principio es positivo, pero que podría ser nefasto en un país en que se irrespetan las leyes de tránsito con una facilidad pasmosa. (O)