¿Qué es una nación? Según una famosa reflexión hecha por Ernest Renan en 1882, la nación es “dos cosas que forman sino una. (...) Una es la posesión en común de un rico legado de recuerdos; la otra es el consentimiento actual, el deseo de vivir juntos, la voluntad de continuar haciendo valer la herencia que se ha recibido indivisa. (...) Una nación es, pues, una gran solidaridad constituida por los sacrificios que se han hecho y de aquello que todavía se está dispuesto a hacer”. Dicho otramente, para este autor francés lo que hace que un colectivo de personas sean una “nación” radica en una conciencia de compartir un pasado común que a su vez los inspira a añorar un futuro compartido. Ser una nación es entenderse a sí mismo como parte de una comunidad que une al pasado con el futuro, ser el eslabón que conecta la memoria de nuestros padres con los sueños de nuestros hijos. Es esta conciencia intersubjetiva lo que une a los miembros de la comunidad, los solidariza, y en última instancia legitima la existencia del Estado bajo el que viven.

La visión que Renan ofrece de la nación contrasta dramáticamente con la realidad del Ecuador. Nacido del colonialismo y el choque de culturas, desde sus orígenes nuestro país ha sido marcado por profundas divisiones de clase, raza y región que son antitéticas a la generación de una conciencia nacional.

La visión que Renan ofrece de la nación contrasta dramáticamente con la realidad del Ecuador.

¿Qué recuerdos y experiencias comunes unen, por ejemplo, una persona pudiente de Guayaquil a un campesino indígena de Cotopaxi, y a un pescador afrodescendiente en Esmeraldas? ¿Cuáles son los sacrificios compartidos por sus ancestros y los sueños comunes de sus hijos? ¿Qué los hace miembros de la misma nación según la visión de Renan? Los costos de esta falta de conciencia nacional son altos, y muchos de los males que aquejan a nuestra patria pueden encontrar su génesis en esta falta de pertenencia común.

Estas últimas semanas, sin embargo, vivimos una notable excepción a nuestro resquebrajamiento social cotidiano: el Mundial de Fútbol. Y es que a pesar de todo lo que nos separa, el amor a este deporte es una de las pocas cosas que unen a pobres y a ricos, a blancos, mestizos y afrodescendientes. Uno de los pocos momentos donde los ecuatorianos olvidamos lo que nos separa para tener un sueño común. Si los ecuatorianos todos los días tuviésemos ese mismo espíritu de amor a la patria como el que exhibimos durante el Mundial, llegaríamos lejos como país y como nación.

Es por eso que es menester que en Ecuador existan políticas públicas que favorezcan la generación de una conciencia nacional. En ese sentido cosas como el deporte, el arte, y la música, lejos de ser preocupaciones periféricas del Estado, deben entenderse como escenarios donde puede florecer una identidad común y así ayudar a sanar las profundas divisiones que resquebrajan el tejido de nuestra comunidad. Ojalá pronto llegue el día en que los ecuatorianos, juntos, podamos celebrar más que los goles. (O)