¿Se acuerdan, en el 2020, cuando la Corte Nacional de Justicia ratificó la sentencia en contra de Rafael Correa? ¿Recuerdan cómo el prófugo anunció, con su típica arrogancia, que “en la justicia internacional vamos a ganar todo porque el caso es una payasada”? ¿Recuerdan cómo decía que esa sentencia “ridícula”, “mal hecha” y “sin pruebas” desaparecería de un plumazo cuando sea revisada por los organismos defensores de derechos humanos?

Casi dos años han pasado desde ese circo y el prófugo no ha presentado ninguna acción ante ningún organismo internacional. Todo quedó en palabras. Si esa sentencia realmente era tanta payasada, ¿por qué no cumplir con lo prometido? ¿Por qué conformarse con risotadas en Twitter sobre el “influjo psíquico”? ¿Por qué no demostrar con hechos que el juicio de verdad fue amañado y las pruebas falseadas? En cualquier caso, como sus abogados sin dudas saben, el plazo para realmente dar la cara y presentar una acción ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ya venció: el artículo 32 de su Reglamento solo da seis meses para hacerlo. La oportunidad de Correa de realmente demostrarle al Ecuador y al mundo su inocencia se perdió hace meses. ¿Por qué no cumplió con lo prometido? Para todo el que no esté cegado por el fanatismo, la respuesta es bastante obvia. El excaudillo sabía perfectamente que si ese fallo era llevado ante un foro internacional sería otra vez ratificado, tal y como ocurrió aquí en tres instancias. La narrativa de que él es la víctima de una persecución política disfrazada de proceso judicial se le iría abajo. Mucho más fácil fue quedarse en Bélgica escribiendo incoherencias por Twitter que afrontar la realidad con hechos demostrables.

Es por eso que el reciente arresto de Carlos Pólit en Estados Unidos representa un golpe tan duro al correísmo. La cantaleta de que todos estos juicios son simplemente persecuciones políticas se viene abajo cuando los jueces y fiscales ya no son ecuatorianos, sino que provienen de jurisdicciones internacionales de reconocida honestidad. ¿Cómo defenderán ahora a su “contralor de lujo”? ¿Intentarán convencernos de que los jueces y fiscales de Florida son asalariados de Lasso? ¿Dirán que las pruebas son falsas y que este proceso también es “una payasada”? Pólit, sabiendo que con la justicia americana no se juega, sin duda dejará de lado la pantomima de la persecución política y se prestará a cooperar con la Fiscalía a cambio de una pena menos severa. Su testimonio solo volverá a confirmar aquello que la justicia ecuatoriana ya ha demostrado: que en el gobierno de Rafael Correa existió una extensa red de corrupción y lavado de dinero que involucró a los más altos funcionarios del Estado. A estas alturas negar esto solo es posible cerrando los ojos y realizando las más extrañas contorsiones mentales.

Correa y sus secuaces saben perfectamente que su única salida es recapturar el poder para conseguir la impunidad. Esa es ahora su lucha. Una vez más, todo esto es bastante obvio. Pero bien dice el refrán que no hay peor ciego que aquel que no quiere ver. (O)