Las elecciones de este domingo son el peor desperdicio de recursos que hemos visto en este país en décadas. Lo que debería servir para escoger líderes a escalas cantonal y provincial ha servido de andamiaje para un circo tan patético como costoso.

Ejemplo de ello lo tuvimos en los debates que se transmitieron por los medios nacionales. No hubo ideas, solo ataques personales; intentos de demostrar que el otro es peor que uno. No escogemos al mejor; ahora los candidatos apuntan mediocremente a ser el menos malo.

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Las propuestas de cualquier gobierno estudiantil de colegio tienen mayor sustento que lo expuesto por los posibles alcaldes, prefectos y concejales de este país. No he encontrado una propuesta de gobierno factible y con base en las reales necesidades de la gente o del territorio. Lo que la gran mayoría de candidatos ofrece es ciencia-ficción. Ninguno de ellos se ha esforzado en mantener la altura moral e intelectual del discurso político. Al contrario, hemos tenido que apreciar cómo algunas personas que parecían inteligentes han bajado la expresión de sus ideas a la más ridícula expresión.

Quienes pretenden administrar nuestras provincias y ciudades no hablan de cómo solucionar nuestros problemas de servicios básicos, movilidad y seguridad. Unos –literalmente– ladran; otros, hablan de drones; hay un candidato que se jacta de ser bebedor y belicoso; una sale trotando y dando consejos de vida, como si le interesara ser más gurú que gobernar una ciudad. La gran mayoría recurre a videos en TikTok. Escogemos a nuestras autoridades en las urnas, por cómo hacen pasos de baile. La inteligencia es un estorbo para captar votos. El candidato se embrutece con tal de llegar a las masas. El futuro de nuestras ciudades lo escogemos de la misma forma en que elegimos al ganador de un reality cualquiera.

Las propuestas de cualquier gobierno estudiantil de colegio tienen mayor sustento que

Muchas son las causas de esta barbarie. La primera, estamos cosechando las consecuencias de dejar la educación nacional en manos de quienes estaban interesados en propagar la ignorancia. Aquellos cuya ideología política era más importante que formar personas para el bien común.

Otra es la ley electoral vigente. Con su exigencia de acortar tiempos y regular gastos, no eleva la calidad de las propuestas políticas. Los partidos y movimientos políticos se ven obligados a parasitar la fama ajena; y cuando no encuentran algún famosillo disponible, recurren a las caras bonitas. Ponemos en cargos políticos a personas que nos simpatizan. Su capacidad y preparación no son relevantes para los votantes ahora. Votamos por simpatías sin fundamentos.

De este escenario se benefician las agrupaciones populistas de militancia rigurosa. Su estrategia se beneficia de la apatía que provoca este circo en la mayoría ciudadana. No importa quién gane. Si el opositor sale vencedor, se hace una oposición tendenciosa, usando adjetivos cargados como “hambreador” o “tirano”. Las estructuras militantes pueden desgastar fácilmente a las organizaciones que se forman de manera cívica y espontánea.

Desde ya queda claro que ha triunfado la demagogia, y con ella, la ignorancia. (O)