Cómo mantener la esperanza de una población golpeada por escándalos, pobreza, amarres políticos, narcos que gobiernan muchos espacios, negocios a los que les cuesta poder despegar, amenazas de recrudecimiento de pandemias. Es un panorama desalentador, gris, opaco.

Sin embargo, las luces aparecen en varios espacios y alegran calles, parques, casas.

En este tiempo de encuentros y algarabía, ¿dónde bucear la esperanza? Porque hay que buscarla y no dejarla ir.

Muchos buscan alegrar a los más desfavorecidos y en el intento se cansan, se agotan; algunas puertas se cierran, otras se abren y la canasta pedida llega a sus destinatarios. Y es importante porque es una manera de decirles con un presente, a muchas personas que están a la vera del camino, que ellos son importantes para quienes no los olvidan. Lo que a veces no decimos con palabras lo dice la canasta.

Los preparativos de la Noche de Navidad son en general más bellos que la noche en sí, porque es el tiempo en que pensamos en otros con amor, deseos de verlos, de pasar tiempo con ellos. De hecho, lo difícil es estar solos ese día.

Y pensamos en todos los que estarán en hospitales, en restaurantes, atendiendo la cena de los otros sin poder estar con los suyos. Millones harán posible la vida de los demás mientras el resto comparte, a veces se embriaga, muchos rezan y los niños se ilusionan con el juguete que soñaron.

Sí, este es un tiempo de manifestación. Manifestación de cariños postergados, expresiones represadas, afectos latentes, de encuentros, de conversaciones, de escuchas, de compañías, de alegrías grandes y dolores profundos. Es un tiempo que esperamos.

Es una manifestación de Dios, el Dios en el que creo, que no se acopla muy bien con las religiones, aunque estas intentan ser el camino que nos lleva a encontrarlo, para después marchar solos con la presencia-ausencia amada y buscada, siempre presente, siempre oculta.

Ese Dios que está oculto en el corazón de la materia, como decía Teillard de Jardin, escondido en el lodo más putrefacto, donde nacen lotos y nenúfares de belleza pura y resplandeciente. Un artículo de Cecilia Arnes-Arguelles en este Diario relata cómo el nenúfar Victoria amazónica, el más grande del mundo, mantiene una historia de amor con un escarabajo que es el único en polinizarla. La flor se prepara, se acicala atrayéndolo con un perfume a fruta madura y calentando su interior, que se cierra sobre él, que encuentra comida en su refugio. Luego se abre, y abrigado por ese sol en que se convirtió la flor, tiene la fuerza para volar, no caer en el agua y polinizar otras flores.

La esperanza es como ese refugio que nos protege, el loto en la podredumbre, el diamante en que se convirtió el carbón. Es tener un Dios dentro, ser tomado por una Energía singular, que nos hace luchar por la vida, por los derechos y por los empobrecidos. Es el corazón del corazón. Es ese amor misterioso, esa fuerza interior que habita y da entusiasmo a la lucha por la justicia, el amor, la solidaridad a millones personas. Es la luz que irradian, la Vida que las habita y las empuja a la misericordia y a la compasión. Es lo que este mes aflora como las flores de un día. La eternidad se hace tiempo, está en el minuto o el segundo de quien logra descubrirla y admirarla. (O)