La conciencia nacional es nuestra capacidad de pensar, percibir, analizar y comprender el entorno; facilita la determinación de necesidades y problemas que nos permitirá o impedirá vivir en unidad, con dignidad, bienestar, seguridad, educación, salud y justicia. Estamos conscientes de que en democracia elegimos representantes para gobernar y legislar, dirigiéndonos al bienestar, pero cuando transcurrido un tiempo percibimos que no cumplen sus compromisos, su credibilidad baja.

Es importante enfocar la conciencia nacional sobre objetivos que resuelvan las necesidades y problemas. Un claro ejemplo: la guerra focalizada del Cenepa (enero y febrero de 1995) mediante la cual se resolvió el problema territorial histórico de límites en un segmento abierto de la frontera con el Perú; esta solución costó sangre a nuestro pueblo representado por el heroísmo del soldado combatiente. En unidad todos obtuvimos la victoria militar, también, la informativa-periodística que posicionó en el mundo nuestra causa justa; la dignidad nacional flameó y flamea en las entrañas de nuestra bandera. Muchos militares coincidimos en que la política y diplomacia no estuvieron a la altura durante las negociaciones que terminaron con la firma de la paz, pese aquello aceptamos la paz parcos y dolidos.

Situación actual: la conciencia y unidad nacional están dispersas; hace que gobernar sea difícil para un solo líder, así tenga voluntad política, porque dirige un Estado con instituciones débiles o atrofiadas por la acción de algunos funcionarios tecnócratas y camaleones políticos que sirven a poderes oscuros. La crónica roja diaria informa de muertes en las cárceles, asesinatos en calles e incremento de la delincuencia.

Existe confusión porque algunas autoridades están en pugnas permanentes por ejercicio del poder en lo que creen es su espacio vital o territorio. ¡Guerra de poderes!

Ejemplo: es indudable el aumento de casos de COVID-19 y sus variantes; la ministra de Salud tiene su estadística; la ministra de Educación, como autoridad nacional, vino a un colegio de Guayaquil para controlar el reinicio de las clases presenciales y la autoridad cantonal clausuró el colegio; el gobernador representante provincial del presidente de la República, ya sin casco y chaleco antibalas, en medio, sin capacidad de coordinación. Coexiste otro actor, el Comité de Operaciones de Emergencia (COE) nacional y los cantonales, que dictan resoluciones diferentes.

Guayaquil está asediada por el crimen, la pandemia, pero en vez de que las autoridades nacionales y cantonales se integren, más bien se repelen, se acusan mutuamente de incumplir su responsabilidad.

El presidente de la República interviene en seguridad, nombra al viceministro de seguridad pública para que se ubique en un cuartel policial y dirija las acciones contra la delincuencia, con la misma receta de los estados de excepción que no redujo el índice delictivo.

La conciencia personal de las autoridades en conflicto desorienta la conciencia nacional, afecta los derechos ciudadanos y contribuye a debilitar al Estado. No se apliquen progresivamente su fuerza. ¡Requerimos unidad! (O)