En el momento de escribir este artículo no se conoce el resultado del referendo realizado en Chile. Aunque en las encuestas se imponía el rechazo a la nueva constitución, no era seguro que ello ocurriera, ya que muchos factores podían hacer que la balanza se incline hacia uno u otro lado. A diferencia de lo que ocurrió en el referendo para la aprobación de la Convención que debía encargarse de la redacción del texto, en esta podían influir las expectativas y los temores de la población, así como el ausentismo, la edad y el sexo de los votantes. Sorprendentemente, las ideologías pasaron a segundo plano, lo que resulta inusual en un país en que las alineaciones de este tipo tienen larga historia.

Desde mediados del siglo pasado, la política chilena se dividió en tres corrientes ideológicas de tamaños muy similares. La izquierda, el centro y la derecha captaban invariablemente cuotas muy parejas de apoyo electoral, lo que determinaba que las contiendas se decidieran por escasos márgenes. Cabe recordar que Salvador Allende triunfó con el 37 % de los votos, apenas dos puntos por encima del conservador Alessandri y a menos de diez del centrista Tomic. La necesidad de superar las brutalidades de la dictadura y de recuperar la tradición democrática no alteró el fondo de esa realidad, aunque presentó como elemento nuevo y positivo la política de concertación entre la izquierda y el centro. A partir de ese acuerdo, cobijado precisamente bajo el membrete de la Concertación, en muy corto tiempo la democracia chilena se situó entre las tres de más alta calidad en América Latina y presentó récords en la reducción de la pobreza.

Sin embargo, quedaban –y quedan– dos tareas pendientes. La de mayor importancia es la superación del déficit social, expresado en la extremada desigualdad de la distribución del ingreso y en el cierre de las oportunidades para amplios sectores poblacionales, que es el resultado de la privatización de la educación, la salud y la seguridad social. La segunda es la necesidad de reformas a la Constitución expedida por la dictadura que, precisamente, constituye un obstáculo para resolver el problema social. A pesar de que se hicieron reformas bajo los gobiernos de la Concertación, no fue posible eliminar o sustituir los aspectos más regresivos de esa carta política.

... independientemente del resultado del referendo, el proceso constitucional no ha concluido.

Ambos factores fueron los detonantes de las protestas de octubre de 2019. De allí surgió la necesidad de la reforma y, a partir de un acuerdo muy amplio, se definió la modalidad a seguir. Ya en la constituyente, una mayoría coyuntural se dejó llevar por la efervescencia y llenó el cuerpo constitucional de conceptos y disposiciones que chocan con la visión más bien pausada que, en materia política, predomina en la sociedad chilena. La novelería y la inexperiencia no solamente alimentaron el rechazo, sino que rompieron los límites de los tres bloques históricos. Figuras emblemáticas de la izquierda y del centro (de la Concertación), que desempeñaron un papel importante en el exitoso desempeño del periodo democrático, se declararon abiertamente contrarios a la aprobación del texto. Era el síntoma más claro de la profundidad del problema, que no puede resolverse con un utopismo inmaduro. Por todo ello, independientemente del resultado del referendo, el proceso constitucional no ha concluido. (O)