No es difícil encontrar los parecidos entre Jorge Yunda, Bella Jiménez y Rosa Cerda. El primero es que esas tres personas han ocupado la primera plana de los medios y han sido tendencia en las redes sociales por actos que levantan sospechas de corrupción. Por esa misma razón, dos de ellas ya tienen un pie fuera del respectivo cargo. Sin esos actos, su paso por la política habría sido intrascendente. El segundo parecido es que en todos los casos obtuvieron sus cargos con votaciones ínfimas o llegaron a ellos por arrastre de una lista. El tercero es que no cuentan con una carrera política o presentan un desempeño insustancial en algún cargo anterior. La cuarta similitud es el uso de las artimañas propias de la viveza criolla para evadir su responsabilidad y tratar de engañar a la justicia. La última es la escasa o nula preparación para el desempeño de la función correspondiente.

Si todo ello es así, cabe preguntarse cómo fue que esas personas llegaron a los puestos que ocupan. La respuesta más fácil y evidente consiste en apuntar hacia los partidos y las organizaciones políticas en general. Es ampliamente conocido que, por ganar unos cuantos votos, no reparan en la calidad ni en las condiciones éticas en el proceso de selección de candidatos. La solución que usualmente se plantea es obligar a los partidos a contar con escuelas de capacitación. Pero, si bien eso puede solucionar parcialmente –hay que recalcar, solo parcialmente– el problema de la calidad, es muy poco probable que tenga algún impacto en el otro aspecto, que es precisamente el que ahora ha saltado a la luz por los actos de las asambleístas y el alcalde.

En ese punto, el problema se traslada hacia nosotros, los electores, quienes apenas actuamos como votantes y no como ciudadanos. Después de cada elección –nunca antes– nos enteramos de que las personas que hemos elegido compensan la falta de preparación para el cargo con unas virtudes que garantizan la sobrevivencia en las aguas más turbias. El desinterés por la política, que lleva a la actitud facilista de pedir que se vayan todos cuando el daño ya está hecho, puede explicar en gran medida esa actitud colectiva. Pero, desafortunadamente, esa es solo la superficie, lo más visible de nuestra propia actitud. El asunto de fondo se encuentra en la tolerancia a la corrupción.

Según el estudio del Barómetro de las Américas, en el año 2019 dos tercios de los ecuatorianos consideraban que más de la mitad o todos los políticos están involucrados en actos de corrupción. Sin embargo, a la vuelta de la esquina, en la siguiente elección volvieron a votar por prontuariados y sospechosos. Más de la cuarta parte de las personas consultadas había sido víctima de actos de corrupción, pero también una cuarta parte justificaba el pago de sobornos para realizar trámites o para obtener beneficios. Penosamente, los más jóvenes eran quienes en mayor proporción justificaban el pago de coimas.

Ese es el terreno abonado para los cobros de diezmos, para las convocatorias a robar bien y no dejarse atrapar, para beneficiarse de los contratos con los amigos y para negociar con medicamentos y hospitales. Además de ver a los partidos, no nos haría mal asumir nuestra corresponsabilidad. (O)