Seguramente tienen amigos o conocidos que creen que lo entienden todo. Para este tipo de personas, siempre las reglas que rigen el mundo son sencillas y, por supuesto, conocidas por ellos a la perfección. No hay nada que no encaje en su perfecto esquema de la realidad. Esta excesiva confianza –casi superpoder, diría yo–, generalmente, es una manifestación del efecto Dunning-Kruger que, en palabras sencillas, implica que mientras menos sabes sobre algo, mas piensas que lo conoces o lo puedes entender.

Por otro lado, para los que intentamos entender el mundo con base en hechos y realidades –y no en mitos, fantasías o conspiraciones– la realidad es que nos cuesta mucho entenderlo. Un ‘no sé’ es una respuesta habitual en este grupo de personas. Sin embargo, la ciencia nos permite acercarnos, poco a poco, y con equivocaciones de por medio, a respuestas parciales que, en su mayoría, se van perfeccionando y mejorando.

Ahora bien, en la física cuántica existe un límite infranqueable para acercarnos a la realidad, un lugar, adonde nunca vamos a poder acceder. En el ininteligible mundo de lo diminuto, el sentido común desaparece y las partículas subatómicas obedecen reglas y patrones extraños y hasta arbitrarios pero que, en mayor o menor medida, nos han ayudado a predecir el futuro y la realidad. Sin embargo, existe un umbral que no podemos cruzar y que se conoce como el principio de incertidumbre de Heisenberg.

En este universo de partículas subatómicas la realidad se esconde, para siempre, debajo de una eterna incertidumbre que evita conocer con exactitud la ubicación y velocidad de una partícula subatómica. Es decir, mientras más seguros estamos de la posición de una partícula, menos seguros estamos de su velocidad y viceversa. Esta inhabilidad no es consecuencia de un problema tecnológico sino, mas bien, es una consecuencia del proceso de observación que incide directamente en la ubicación y velocidad de la partícula observada. Heisenberg se dio cuenta de este límite infranqueable de nuestro conocimiento de la realidad y entendió que, en este nivel, nunca vamos a entender el mundo.

Siempre quise saber qué pasaba por la cabeza de Heisenberg para llegar a semejante aterradora conclusión. Y hace poco encontré a alguien que se atrevió a narrarla de manera entendible, acogedora y cercana: Benjamin Labatut en su libro Un verdor terrible, Anagrama, 2020. En su libro, Labatut cuenta cinco historias sobre descubrimientos científicos, entrelazando realidad con ficción, y sumergiéndonos en el cerebro de los genios, con sus frustraciones y debilidades.

Una de esas historias se titula ‘Cuando dejamos de entender el mundo’ en la que se aventura a narrar el proceso mental de Heisenberg, de una manera real e impactante. Nos relata la relación con su maestro, Niels Bohr, y su posterior batalla contra las teorías de Schrodinger.

Este es un libro recomendado para todos aquellos interesados en la ciencia, en sus minucias y sus historias que, en este caso, se mezclan con una maravillosa ficción que se agradece para intentar conocer a los genios detrás del desarrollo y el progreso del mundo. Este, en definitiva, es un libro que, con más talento, me hubiera encantado escribir a mí. Unas historias sobre ciencia que paradójicamente, nos hacen entender mejor el mundo. (O)