No, el Gobierno no está arrinconado. Tampoco es el que mayor riesgo corre por las movidas político-judiciales que arrancaron el Domingo de Ramos. Los políticos simplemente están en un proceso muy conocido por ellos y que se llama reacomodo. Y el reacomodo significa quitar del medio lo que les estorbe, sin medir consecuencias ni velar por el país al que en cada elección dicen estar dispuestos a servir.

Quienes sí estamos arrinconados, faltos de representación, una vez más escandalizados por la falta de escrúpulos de los políticos y de ciertos abogados y jueces, somos los ciudadanos. Sí, los mismos que elegimos a esa clase política que juega con la moral y la ética, que no cumple sus promesas y que justifica aquello culpando a alguien más.

Con esta nueva repartición, ¿qué podemos esperar? La verdad casi nada, porque en este reagrupamiento solo podemos mirar cómo los hombres fuertes del correísmo, acusados y algunos con sentencias por corrupción, volverán a caminar por las calles del país o del mundo con la cara alzada, como si nada hubiese pasado. Algunos incluso victimizados, elevados a categoría de héroes y listos para una nueva lid electoral. Otros –entre ellos los personeros de Gobierno– dirán, como lo hicieron rápidamente, que el problema fue en la justicia y continuarán hablando sobre el respeto a la democracia y a sus instituciones… y así sucesivamente, sin asumir mínimamente la responsabilidad de lo ocurrido, pero eso sí un poco más tranquilos porque compraron algo de tiempo.

La vergüenza pública es una idea que, a ellos, al parecer, ni siquiera les provoca un poco de rubor. Al contrario, parece hacerles sentir muy bien mandar mensajes como que robar, corromper, tocar los fondos públicos no es gran cosa, es parte ‘normal’ de la gestión y que lo importante es tener contactos en puestos clave o información para presionar o chantajear y así lograr sus objetivos de vida que se resumen en obtener todas las ventajas posibles del servicio público, agarrarse con uñas y dientes de su espacio de influencia y salir impunes siempre.

¡Qué vergüenza se siente mirar este espectáculo! Y, lo peor, es que no va a parar. En breve es muy probable que retomen más abiertamente el control del país, a través de los gobiernos seccionales y, llegado el momento, del Gobierno central. Digo abiertamente porque tras bambalinas nunca han dejado de estar. Jamás han cedido su espacio y tampoco las autoridades han estado dispuestas a pelearse contra esa maquinaria, porque resulta muy duro y cuesta arriba.

Esta terrible experiencia no es nueva en el Ecuador, porque los partidos y movimientos políticos han continuado funcionando solo en tiempo de elecciones, sus representantes –particularmente en el Legislativo– perfeccionaron el arte de torpedear y volver ingobernable a un país y, quienes llegan a Carondelet, u optaron por el autoritarismo o se quedaron arrinconados.

La ciudadanía, por su parte, actúa como si las decisiones de quienes gobiernan no afectaran sus vidas. Esperemos que eso no signifique que se quede inmóvil frente a la pobre representación política que tenemos y a sus continuos escándalos. (O)