Igual que el Zavalita de Vargas Llosa se pregunta en el primer párrafo de Conversación en la Catedral por la situación del Perú, yo me interrogo en qué momento se jodió la República del Ecuador con su mito de “la isla de paz” del continente. Durante décadas hemos vivido embotados y ajenos a nuestra verdad nacional, como los lotófagos de La odisea, ignorando que el narcoterrorismo y las guerras internas no declaradas que durante años azotaron a nuestros vecinos más cercanos y a otros como México, contenían el germen de la infección que no supimos prever ni evitar. Porque el Ecuador ya está contaminado, y muchos pretenden negarlo desde su burbuja narcisista. O intentan aprovecharse de ello para tumbar a otro presidente, volver al poder, borrar sus huellas y hacernos creer que podrán con la realidad presente. Porque la masacre carcelaria reciente (¿será la última?) es solo el síntoma de que ya estamos jodidos y ni cuenta nos dimos.

¿Por qué nos creíamos la excepción? Porque durante generaciones fuimos educados en esa lógica, la que nos hizo creer que los ecuatorianos somos especiales. Hace poco, en un chat con mis compañeros del colegio, recordaba que hace medio siglo teníamos una materia llamada Historia de Límites, que en lugar de invitarnos a asumir nuestra realidad para enseñarnos a hacer algo con ella, alimentaba la nostalgia de que “alguna vez el Ecuador llegó hasta el Amazonas y Manaos”. La tierra del paraíso perdido y de la melancolía masiva es terreno abonado para el desarrollo de las transnacionales del narcotráfico y del crimen organizado, porque es el país de los incautos crédulos y desprevenidos, que no aprendimos a defendernos y que seguimos esperando la venida (o el regreso) del superhéroe que lo arreglará todo en menos de cien días. Estamos jodidos, en primer lugar, por nuestra candidez estúpida y acomodada.

Mientras en los países del norte de Europa las cárceles progresivamente disminuyen en tamaño, número y población, acá ocurre exactamente todo lo contrario. A este paso, y como alguna vez lo escribí aquí, en menos de medio siglo nuestro país se convertirá en una sola y gigantesca colonia penal, la “República de Pendejolandia”. Lo que ocurre en nuestras cárceles nos concierne a todos de diferentes maneras, refleja lo que pasa en nuestro país en todos los órdenes, representa lo sitiados que vivimos por la delincuencia, anuncia la diseminación nacional de la violencia, retrata la inconsistencia y el fracaso de todas nuestras instituciones empezando por la judicial, pinta la calidad de nuestra clase política, y nos muestra como un pueblo inequitativo y dividido por pugnas mezquinas que no ha podido construir un proyecto nacional. En estas circunstancias, es una imbecilidad pensar en un relevo presidencial como lo hacen algunos. Ante eso, me apropio de una expresión usada por Beatriz León en esta página hace pocos días, para animarlo: Arriésguese, presidente Lasso. Haga lo que debe y no lo dude. No se deje intimidar ni escuche a leguleyos pacatos. Si debe prolongar el estado de excepción, hágalo. Nosotros le apoyaremos, porque unidos es la sola manera de reflotar al Ecuador. (O)