El idioma nos permite un uso sin demoras. A veces, algún vacío nos distancia de ese flujo que se precipita al exterior. Dar con el vocablo o frase precisos es una de las fortalezas de hablante seguro. De una de esas operaciones mentales emerge el título del libro al que voy a referirme. Y es su primer mérito: un título con duelo resonante para ponernos de frente con la muerte.

Su autora es la catedrática, ensayista y poeta Siomara España. Debe de llevar 15 años entregando trabajos de análisis y poemarios, a tal punto de tener obra publicada internacionalmente y traducida. No puedo presumir de que conozco todo lo que ha circulado bajo su nombre, pero sí que la he oído disertar sobre diversos temas con solvencia, así como me han llamado la atención sus imágenes poéticas. Centrar la mirada sobre un libro específico, es otra cosa. Desde el inicio, la impactante sugerencia que abre una colección de 19 poemas, ellos responden a un todo orgánico que la poeta argentina Mercedes Roffé nos ayuda a entender en la contraportada, como “colección de casos”.

No hay estridencia ni grito para recoger la tragedia que puede engendrar lo que algunos llaman unión...

Es habitual que la lírica se escriba prefiriendo la primera persona, tanto que el lector cree que los versos son “confesiones del alma” o testimonios biográficos donde no ingresa la ficción y el autor desnuda su intimidad, como si la imaginación no hiciera sus trasmutaciones en ese territorio. Todo este poemario prueba en sus rotundos y múltiples “yo soy” que la autora se convierte en diferentes mujeres que hablan desde la muerte para reanudar, momentáneamente, el paso y el abuso que las convirtió en cadáveres. “Soy un cuerpo que se vela en su propia lámpara” y así, esa voz trasunta dolor, serenidad y belleza.

¿Cabe la serenidad cuando se habla por las agraviadas, mutiladas y asesinadas en ese acto de exacerbación misógina que se llama feminicidio? Esto es lo impresionante: 13 casos de mujeres exterminadas, expuestos en los términos de la noticia (hasta con la fuente de donde se toman) se traspasan a la elocuencia poética a tal punto de que parecen tocados por la vara mágica de una fuerza sobrenatural para que entre la sangre brote la ternura, del crimen crezca la solidaridad, del destrozo vuele el aroma del amor. No hay estridencia ni grito para recoger la tragedia que puede engendrar lo que algunos llaman unión y que deriva en maltrato y llega al exterminio.

Solo el poema Guardarraya alberga una dosis de narratividad que cuenta una historia. Los demás se sirven de ese imponderable que es el lenguaje poético para saltar sobre un camino de gemas y sugerir más que decir, movilizar ondas significativas y darnos aldabonazos de sentido en los oídos y en el corazón. Ni siquiera con el asesinato de Sharon –tan conocido por los ecuatorianos– se deja tentar por la historia y no renuncia a la pasmosa capacidad de escribir poéticamente: “Agonizo en una espuma de hematíes/ mientras palpita en mi cartera/ una boleta que no ampara…”. El lector de la prensa recordará los casos –tan escandalosos en su momento y ya tan olvidados– de esa cadena de víctimas del oprobio machista, algunos tan bárbaros como el del sujeto que cercenó las manos a su mujer; leer el poema donde una voz femenina se pregunta “qué haré en esta imposibilidad…/ de partir el pan y las legumbres” es desgarrador. A la poesía también se la mide por el efecto. (O)