In memoriam Antonio Aguirre (1953-2021)

Las matanzas humanas, en cualquier parte del planeta, duelen y angustian. Por eso, meses antes de morir, en la Sinagoga Cymbalista y Centro de la Herencia Judía de la Universidad de Tel Aviv, el escritor israelí Amos Oz (1939-2018) pronunció la que sería su última conferencia, en la que insistía en su visión sobre el conflicto entre Israel y Palestina: que los judíos y los árabes pueden y deben convivir, ya que nadie gana una guerra si no consigue sus objetivos, y, en este caso, ni Israel ni Palestina han logrado vivir en paz, que es lo que primordialmente ambos buscan. Oz afirma que una herida no se puede curar a palos.

No es la primera vez que discurro sobre este absurdo conflicto. La última vez que lo hice recibí una enriquecedora comunicación de Antonio Aguirre –psicoanalista, maestro universitario y hombre de cultura, recientemente fallecido en Guayaquil– que contradecía mi postura. Su mensaje era firme pero generoso: regalaba ideas e invitaba a pensar otras conexiones de otra manera. Cuando en 1977 ingresé a la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, tomado por los sectarismos de entonces, ubiqué a Aguirre en el campo enemigo y, sin embargo, con el pasar de las décadas, él me fue beneficiando de su saber, lucidez y debate suscitador.

Una paradoja del conflicto palestino-israelí es que no depende de una solución puramente militar: no puede resolverse a palos, como ambos pretenden, pues una herida sangrante e infectada requiere ser atendida y tratada. En el caso de esta conflagración, el problema es que millones de palestinos viven humillados y privados de derechos; su nación es pisoteada y sus vidas a veces valen poco. La usurpación de tierras de Cisjordania continúa. Por eso Oz fue lapidario: “Si alguien quiere declarar una guerra mundial contra todo el islam por el Monte del Templo, por favor, que lo haga sin mí, sin mis hijos, sin mis nietos”.

Es inaceptable que Israel controle los territorios de Cisjordania y la población palestina. Con la autoridad moral de un novelista que además fue sargento del Ejército israelí, Oz considera que esos territorios deben ser devueltos. Es muy dañino tener como vecino a alguien a quien uno humilla y oprime. Para Oz, la única salida duradera es “un acuerdo entre Israel y Palestina. Sí: dos Estados. Partición de esta tierra para convertirla en una casa bifamiliar”. Esto, por supuesto, también exige rechazar e impedir el terrorismo de Hamás y reconocer el derecho de Israel de defender a sus ciudadanos.

Oz demandó de los gobernantes israelíes un liderazgo que consistía en “decirles a las personas algo que, en el fondo de sus corazones, saben que deben hacer, pero no quieren”. Y, según Oz, los israelíes saben que esa tierra debe quedar dividida en dos Estados: esos territorios palestinos ya no forman parte de Israel y los israelíes muy bien pueden existir sin ellos. La pulsión de los humanos acomete devastadoras guerras individuales y guerras colectivas. Tengo la ilusión de que, aunque esporádicamente, sobre este y otros asuntos, mi conversación con Antonio Aguirre continúe con él, allá donde él esté. (O)