La provincia del Azuay ha sido, por mucho tiempo, una importante potencia deportiva que, con sus resultados, dio a la historia nacional no solamente una razón para crear el Día del Deporte Ecuatoriano, tras la primera medalla de oro olímpica, sino que a través de sus resultados abrió una senda que guiaría a muchos jóvenes ecuatorianos hacia los podios mundiales.

El 26 de julio de 1996, el joven cuencano Jefferson Pérez Quezada, 22 años, de origen humilde, daba al país una de sus mayores alegrías: en los Juegos Olímpicos de Atlanta se alzó por primera vez en la historia del deporte ecuatoriano con una medalla de oro olímpica en la disciplina de la marcha. Para quienes recordamos aquella fecha, el país se vivió de una agenda festiva bastante contagiosa: las calles se llenaron de algarabía, pitazos, promesas y ofertas.

Cuenca, la cuna del deportista, rebosaba de orgullo y de impaciencia por el anunciado retorno del medallista. De allí en adelante, la infraestructura deportiva creció con sobra de merecimientos y los nuevos prospectos aparecieron. Fue una lección para un país esquivo en la inversión en materia deportiva –excepto en lujos y millas a bordo de vuelos internacionales con los que se empachó la clase dirigencial y sus amigos periodistas– y que empezaba a creer en el potencial de sus representantes.

...el problema no es solamente en la cuna del deporte olímpico ecuatoriano, sino en todo el país.

En el año 2008, en los Olímpicos de Pekín, Pérez sube de nuevo al podio con una de plata. Y para el 2020 una serie de noticias que nos llenarían de orgullo: en los Juegos Olímpicos de Tokio, Richard Carapaz logra oro en ciclismo de ruta; Neisi Dajomes oro en levantamiento de pesas; Tamara Salazar, plata en la categoría hasta 87 kg, y vuelven a Tokio 2020 los mejores Juegos olímpicos para la delegación nacional.

Regresemos a la cuna del deporte ecuatoriano: el sistema de escenarios deportivos de Azuay. La pista emblemática de toda esta historia local de sudor y esfuerzo se llama Jefferson Pérez. Desde inicios de este año los deportistas de élite han denunciado el deplorable estado del escenario y las respuestas recibidas han sido solo promesas, ofrecimientos y lesiones. Dolorosas lesiones musculares.

La primera en romper el cerco de amenazas dirigenciales –convocó una rueda de prensa con otros deportistas– para denunciar el atentado que significa entrenar en los escenarios locales, fue la fondista –antes triatleta– Paola Bonilla. Un desgarre muscular progresivo estropeó su ciclo olímpico mientras entrenaba en la Jefferson Pérez. Y alteró una planificación de y para cuatro años. Otros deportistas de élite como los marchistas Paola Pérez y Claudio Villanueva denunciaron lesiones por los entrenamientos en el anillo atlético de Miraflores.

¡Nada! Solo ofertas, denuncias de obras mal hechas y más lesiones para los deportistas que más allá de lanzar una proclama a la que llamaron ‘Un grito desesperado’, no han logrado que los dirigentes o el Estado centralista responda con algo en concreto. Un repaso de informaciones para este artículo dieron otra evidencia: el problema no es solamente en la cuna del deporte olímpico ecuatoriano, sino en todo el país. Insensibilidad del Gobierno del Encuentro, que está matando a todo lo público. (O)