En un artículo de la BBC titulado “Qué fue el viernes negro y por qué marcó el fin de la ‘Venezuela Saudita”, historiadores y economistas conmemoraron los 40 años de la devaluación del bolívar, anunciada el 18 de febrero de 1983 por el entonces presidente Luis Herrera Campíns. Hasta ese día se había mantenido durante una década una paridad fija de 4,3 bolívares por dólar. En ese momento, se licuaron los ahorros del sistema financiero al perder estos su valor en un 70 %. A partir de esa medida se impusieron controles de divisas con tres tipos de cambios.

El artículo explica que “la devaluación mostró que el crecimiento registrado en los años anteriores se sustentaba en el gasto público, que promovía una economía de puertos, basada en la importación de bienes. Y que las millonarias inversiones destinadas a diversificar el aparato productivo no habían conseguido su objetivo”.

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Cuando el presidente Herrera Campíns llegó al poder, dijo que recibía una “economía desajustada”. Exclamó: “¡Recibo una Venezuela hipotecada!”. Según el economista José Guerra, las semillas del desastre se encontraban en la administración anterior, la de Carlos Andrés Pérez. El líder socialdemócrata había nacionalizado el petróleo en 1976 y esto significó una importante inyección de recursos para el Estado. Con su proyecto “Gran Venezuela” se construyeron megaobras de infraestructura y enormes complejos industriales estatales, crecieron significativamente la burocracia y la serie de subsidios concedidos por el Gobierno. Todo esto fue posible gracias al auge del precio del petróleo. Cuando se acabó la bonanza petrolera, el gobierno de Pérez recurrió al endeudamiento y llegó a triplicar la deuda pública. ¿Le suena familiar?

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(...) las raíces de los problemas actuales es seguir esperando que un redentor nos rescate...

Herrera Campíns pretendió corregir el rumbo reduciendo el gasto entre 1979 y 1980. Pero nadie quería escuchar de austeridad. Sin mayoría en la Asamblea y sin el respaldo de sindicatos o empresarios, Herrera Campíns se detuvo. Factores externos como el alza de tasas de interés en la Reserva Federal en 1979 y 1981 encarecieron el financiamiento y el servicio de la deuda pública existente. Súmele a eso que el default de México en 1982, que también tuvo a su líder populista antes de la debacle en Luis Echeverría, castigó a las demás deudas latinoamericanas. La devaluación de 1983 derivó en un alto nivel de inflación y mayor descontento.

Esa es en resumen la historia del colapso de lo que fue hasta hace pocas décadas la nación más próspera de América Latina. En ese relato podemos reemplazar los nombres propios y contar la misma historia de varias naciones de la región. Sobre todo Ecuador se puede mirar en ese espejo, considerando que también hemos sufrido los efectos enloquecedores de las bonanzas petroleras. Antes del auge y declive de Venezuela, vimos el alza y caída de Argentina. Después de la historia de Venezuela, hemos visto en años recientes lo que parece ser el inicio del declive en Chile.

Aquí en Ecuador ya se está repitiendo el relato de que necesitamos volver a las ‘buenas’ épocas del gran líder, ignorando, una vez más, que las raíces de los problemas actuales es seguir esperando que un redentor nos rescate milagrosamente, sin nuestro esfuerzo y sacrificio. Que paguen otros, que trabajen otros, que se encarguen otros. (O)