Lo peor del debate fue el formato. Es lamentable, nuevamente, tener que cuestionar las decisiones del Consejo Nacional Electoral. Quince minutos de introducción, inserción de largas exposiciones sobre los problemas del país, intermedios y más intermedios. Y, sobre todo, el error de creer que dentro del poco tiempo que les quedaba a los candidatos ellos iban a poder exponer sus ideas con respecto a cinco temas; cada uno de los cuales con una lista larga de subtemas, que, a su vez, se plasmaron en larguísimas y enredadas preguntas que eran repetidas a cada uno. Pésimo formato, en definitiva. Un formato que desalentó la exposición y explicación de los planes de gobierno. Siguiendo el ejemplo de otras naciones, deberían existir varios debates, cada uno dedicado a un solo asunto.

Probablemente la razón para los manifiestos errores del formato con el que se llevó a cabo el debate radica en la escasa o nula cultura que tenemos sobre debatir, cruzar ideas en público, en defender opiniones, en razonar críticamente. En el Ecuador se privilegian en las escuelas y colegios las declamaciones y los discursos líricos. Y muy poca atención se presta al entrenamiento y formación de los estudiantes en el arte y la técnica de los debates. Los primeros son actos de comunicación unilaterales, en los que el protagonista se limita a decir y el resto a escuchar pasivamente. Y es lo que más se hace en el Ecuador: dar discursos, sermones, peroratas y arengas. Todos creyéndose los dueños de la verdad. El debate, en cambio, es un acto de comunicación en el que dos o más personas confrontan opiniones diferentes y hasta opuestas sobre un mismo tema. El debate ayuda a la formación intelectual de quienes lo ejercitan. Incentiva el análisis crítico, la rapidez en el pensamiento, la agudeza del razonamiento y promueve, además, el respeto hacia quienes piensan diferente de uno. Son legendarios los debates del candidato Abraham Lincoln y su oponente Stephan Douglas, sobre la esclavitud; los que practican los estudiantes de Oxford; o los debates en el Parlamento inglés.

A pesar de todas sus falencias, creo que el debate del pasado domingo fue muy bueno. Ofreció una oportunidad para conocer las opiniones de los candidatos con respecto a su visión de los problemas que deberán enfrentar. Hubo dos cosas que nos llamaron la atención. Es la primera vez quizás que en un debate presidencial en el Ecuador el respeto de los derechos humanos, las libertades públicas y las reglas de la democracia recibieron una especial atención. Es un gran avance. No son asuntos frívolos o simples modas. La otra cosa fue la mención que hizo uno de los candidatos sobre su compromiso para construir una democracia participativa. Lo paradójico del caso es que su movimiento político acaba de bloquear precisamente una iniciativa para reformar la Constitución que no nació de un poder constituido sino de la ciudadanía. Tales asambleístas votaron para impedir que dicho proyecto sea puesto a consideración de la ciudadanía, para que ella delibere sobre la conveniencia o no de la propuesta. ¿En qué quedamos, entonces? ¿La democracia participativa sirve solo para dar discursos o escribir ensayos? Deliberar es tan esencial para una democracia como lo es el debatir. (O)