La demolición de una construcción pública es un acto simbólico trascendente cuando es el punto de inflexión y el evento culminante de una profunda y verdadera transformación social, de un cambio estructural verdadero, histórico e irreversible, como ocurrió en el derribamiento del muro de Berlín. En el caso opuesto, la demolición de edificios y monumentos de tiranos, a los que sucederán nuevos tiranos y sucesivas edificaciones para instituciones inútiles, se reduce a un mero “borrón y cuenta nueva”, a un pinche gesto vacuo, histérico y populachero para intentar apaciguar a las masas ¿En qué lugar, dentro del continuo que une ambos extremos, se halla la anunciada demolición del edificio donde fue asesinada María Belén Bernal?

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Si Rafael Correa poseía el prodigioso don de la ubicuidad, ora oportuna, ora oportunista, u ora extrema y letal como en su protagonismo del 30-S, Guillermo Lasso parece todo lo contrario. El actual presidente de los ecuatorianos: o bien no asoma cuando el pueblo necesita verlo y escucharlo, o lo hace tarde y breve, o aparece fuera de lugar, o “nos manda a decir” con algún funcionario afásico, o se contenta con emitir comunicados, o es un viajero frecuente, o todas las desubicaciones anteriores. Su anuncio de la demolición de aquel edificio es un anacrónico ritual de purificación que causa pena, malestar o vergüenza ajena. La calentura no está en las sábanas, señor presidente, sino en los fundamentos de una sociedad que desde los hogares enseña a los varoncitos que las niñas están para servir, obedecer y complacer.

... de una sociedad que desde los hogares enseña a los varoncitos que las niñas están para servir, obedecer y complacer

Esto no se arregla solamente tumbando castillos, poniendo plata, cambiando generales, creando secretarías, convocando comités, “tomando medidas” y cambiándolo todo para que todo siga igual. Esto se arregla con educación, educación y educación, además de la educación. Si la educación es, a mi modo de ver y en primer lugar, un asunto de discurso entendido como posición en la estructura y el lazo social, no me queda claro qué discurso sostiene este gobierno casa adentro, más acá de sus lucidas y aplaudidas intervenciones en los foros internacionales. Esto no es una crítica contra la María Brown, nuestra esforzada ministra de Educación. Es un cuestionamiento básico para una administración cuyo estilo general impresiona como ambiguo, indescifrable, quedado y “acomodado”, en cualquier acepción que ustedes quieran para la última palabra.

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Me apena decirlo, pero en menos de un año y medio este gobierno ha logrado una proeza: que algunos votantes de Lasso y no correístas extrañen aquellas sabatinas de la década farreada, y que otros pensemos que no nos caería mal “unita de vez en cuando”, si ella excede la mera propaganda y permite crear un vínculo, todavía inexistente, entre el mandatario y los ciudadanos, construyendo una comunicación efectiva, aunque Lacan decía que eso no existe. Porque mucha gente todavía cree en este gobierno y querría apoyarlo en su gestión y en la consulta popular, pero siente que el presidente Guillermo Lasso se comporta como si solo necesitara al FMI y al Departamento de Estado gringo. ¿O muy ingenuo, o muy “sobrado”, o todas las anteriores? (O)