“La barra está cargada, son solo 130 kilos, ¿quien se anima a demostrar?”. Tal barbaridad, repetida por altoparlantes por quien animaba el homenaje de llegada a las pesistas que alcanzaron la gloria deportiva en los Juegos Olímpicos de Japón, dejó perpleja a buena parte del país que seguía la transmisión con emoción y agradecimiento infinito para quienes lo dejaron todo en el más importante evento deportivo.

Pero si eso, que luego tuvo también una improvisada rueda de prensa, pretendió ser un homenaje, la actitud del presentador, ofensiva y grosera, desdibujó tal intención. Afortunada y coherentemente, ninguna de las tres pesistas de élite accedió a “demostrar” si de verdad había merecido la medalla o el diploma olímpico y, a Dios gracias, a ningún dirigente se le ocurrió forzar el espectáculo, así como las jóvenes deportistas se negaron a responder preguntas sobre el desempeño de la dirigencia porque, evidentemente, no era el momento ni el lugar.

¿Demostrar qué? ¿Acaso que son el producto de años de esfuerzo y desvelos, de limitaciones y sacrificios para llegar hasta donde su amor por el deporte y el país las ha colocado? Es decir que si alguna de ellas por el cansancio de tan largo viaje y lo improvisado del momento no lograba alzar la barra, ¿debía devolver la medalla o el diploma?

Alguien se cuestionaba en Twitter, entre mofa y realidad, que si el llegado y homenajeado hubiese sido Richard Carapaz, que vive y entrena en España y se quedó por allá, quizás la Federación provincial de su deporte y el Ministerio del Deporte le habrían pedido que diera 600 vueltas a la pista del estadio Atahualpa para “demostrar” que era merecedor de una medalla que se ganó a punta de pedal en Japón.

Las noticias, aprendimos los comunicadores, surgen espontáneamente en su mayoría o son programadas y agendadas por personas o entidades que quieren que sus acciones trasciendan, lo que dependerá de las características del hecho y, ahora, de las interacciones que provoque. Y este hecho deportivo-social, planificado y agendado por la Federación deportiva y el Ministerio afín, no fue para nada espontáneo, pues tenía incluso un programa, que el animador seguía, y en el que evidentemente se colocó como pieza central la “demostración” cual se tratase de una feria. Tanto no fue improvisado el asunto que las pesas “ya estaban cargadas” delante de la mesa directiva y “con solo 130 kilos” que es el equivalente al peso de una persona obesa. Nadie podrá decir entonces que fue algo que se le ocurrió en ese momento al animador, la parte más delgada de la cuerda, quien, no obstante, siempre tiene la potestad de negarse a repetir cualquier barbaridad que le den escrita.

El mensaje que desde ese escenario y con guion se ha enviado al mundo es que somos un país de poca o ninguna cultura deportiva, de poco o ningún respeto para sus héroes del esfuerzo físico. Que en lugar de aplaudirlos y retribuirlos como se debe, de comprometerse con ellos en mejores días para su formación y crecimiento, los exhibe en una especie de acto circense. Esa noche, en el Olímpico Atahualpa hubo de todo. Faltó sindéresis, quizás la ausencia más sentida. (O)