Vivimos tiempos de crisis; y cuando lo defino de esta forma no me refiero solamente a una presidencia mediocre, que ha logrado desilusionar a la gran mayoría de personas que votamos a su favor. La etapa que estamos viviendo ahora va más allá de las circunstancias actuales. Los mediocres que nos gobiernan desde la Presidencia y la Asamblea Nacional se irán, y el problema persistirá. El problema prevalecerá, porque vivimos un desgaste de nuestras estructuras políticas y sociales. Síntoma de ello es que nuestra situación se vive en la gran mayoría de países del planeta. Las protestas en Francia, el intento de golpe de Estado en Washington D. C., EE. UU., hace dos años, la inestabilidad en el Perú. Lancen el nombre de algún país al azar y encontrarán una de dos: o un país en crisis, o una tiranía disfrazada de democracia.

El ocaso de la democracia

Y si ensayamos la democracia...

Se viene un cambio inevitable. Ante tal escenario, se consolidan dos alternativas. El grupo que espera este cambio con ansias se ubica a la izquierda del menú ideológico. Esperan con ansias la oportunidad de implementar nuevamente sus visiones ideológicas radicales, una vez más. El problema del pensamiento ideológico es que nubla la visión de contexto y toma en cuenta las condiciones de lugar, tiempo, cultura y sociedad en la que vivimos. Se pretende imponer un molde sobre la realidad. El otro grupo se define como conservador, y en ocasiones como liberal; palabra que abarca muchas visiones del mundo, dentro de sí. La sociedad ideal que visualizan en sus mentes funciona de manera más natural. Irónicamente, su dinámica surge de las crisis. Pero está desgastada. Ninguna economía crece, si muy pocos tienen casi todo; y muchos no tienen casi nada. Recurren a la desesperada preservación de un sistema, cuando quizás sea mejor alternativa buscar un cambio menos calamitoso. Una evolución, en lugar de un colapso.

Cuba: votar en dictadura

La civilidad de Jorge Edwards

Los extremos políticos crecen en número de seguidores, y cada vez hay menos pensadores de visión conciliadora en el centro.

Nos esperan tiempos de cambio, pero de incertidumbre. Estamos por vivir algo parecido a la Revolución francesa: el colapso de una estructura desgastada, sin una visión certera de lo que pueda reemplazarla. Seguramente, podíamos decir que el cambio ocurrido en la caída de la monarquía francesa se sustentaba en los planteamientos de Montesquieu y sus contemporáneos ilustrados. Pero su visión era más una descripción utópica y contemporizada de la República romana que una ideología que minuciosamente nos especifica cómo actuar y pensar. La visión de la República francesa se fue conformando a través de una serie de ensayos de prueba y error; que en ocasiones cayó en contradicciones imperiales.

Estamos en una época en donde –irónicamente– las ideologías se vuelven más fuertes; y mientras más lo hacen, más niegan la realidad. Los extremos políticos crecen en número de seguidores, y cada vez hay menos pensadores de visión conciliadora en el centro. Esto puede ser visto como la evidencia perfecta de la barbarie en la que hemos caído.

En tal situación tenemos dos alternativas: el miedo, o dejarnos llevar por la riesgosa curiosidad que puede generarnos la incertidumbre. (O)