No se puede vivir al margen del calendario, aunque este imponga, con mano de dictador, pautas de comportamiento. Diciembre es un mes cristiano, pero el mercado se ha ocupado de convertirlo en una feria de compra y venta. Un nudo de leyendas y costumbres combinan sus hilos para cruzar signos de diferente procedencia. Estados Unidos, por ejemplo, desplazó el Feliz Navidad por Felices fiestas para integrar a los judíos que celebran su Hanukkah. Que haya San Nicolás o Santa Claus desafiando noches nevadas y árboles escarchados no debería tocarnos a las comunidades que crecimos haciendo un nacimiento con papel de empaque pintado y musgo natural, figuritas de arcilla y lagos de espejo.

Adviento significa venida. Con cuatro semanas previas los corazones fieles preparan el ingreso al milagro de su fe: el hijo de Dios se hizo hombre y nació como… iba a escribir como todos, pero la ortodoxia no me deja. Al margen de esa discusión, resulta un hermoso deseo que una doctrina cambiaría el mundo, desalojaría el desequilibrio de las acciones humanas y remplazaría el dolor y la belicosidad con amor y justicia. Dos mil años después, los creyentes dejan en un inalcanzable lugar ese conjunto de ideas y atribuyen a la humanidad su feroz culto a la destrucción. O al demonio.

Instaladas las costumbres, estas parecerían tener más fuerza que las creencias. Ya se multiplican las reuniones de amigos, el juego del amigo secreto compromete a los grupos laborales, los intercambios de regalos se alistan y las mesas se aprestan al banquete. Las autoridades le dan rostro luminoso a la ciudad y los hogares regaron árboles y muñecos navideños por sus rincones. El sueldo extra como aguinaldo es un respiro para los presupuestos asfixiados. ¿Todo esto por el Niño Jesús? Bueno fuera. “Yo soy ateo, pero me encanta la Navidad”, decía un amigo. Sé de una señora a quien su iglesia le prohíbe el festejo (Cristo no nació en esta fecha, sostiene), pero no se priva de la reunión familiar para la que emplea subterfugios.

Qué gesto o acción podría transformar este mes, me pregunto, en realidades diferentes. Qué iniciativa política, social o institucional concretaría en hechos tangibles, en decisiones de justicia que rebasen el acto de caridad –la teletón, la entrega de comestibles y juguetes– para aliviar las cargas de la gente. Qué autoridad ve el futuro del país, más allá de fechas simbólicas y de noches de cena, como el llamado a la más desafiante creatividad porque se trata de atender las necesidades de una masa creciente.

Vivimos un ambiente tan enrarecido, tan amenazado, que las alegrías de las luces y los escaparates llenos, que la publicidad que nos convence de que seremos felices a costa de tener cosas, sabe a frivolidad, o lo que es peor, a derecho de una minoría. Si doy y recibo regalos no es lo mismo que si no me asaltan, que si tengo trabajo, que si me atienden en el IESS, que si no hay balacera en mi barrio. Los ciudadanos ocupan muy diferentes rangos en la jerarquía social, diga lo que diga la ley, y según esa ubicación viven su mes de diciembre, muchos comprando sus regalos en la Bahía, esperando las dádivas de alguna mano que se extienda hacia ellos. Con el narcótico del fútbol y lo que se avizora de la subrepticia campaña electoral será suficiente. Desigual y oportunista diciembre. (O)