Recuerdo cuando empezó esta pandemia, esos momentos de incertidumbre, dolor y sufrimiento, cuando la gente hablaba de una nueva normalidad, donde nos transformaríamos en mejores seres humanos, más empáticos y sensibles.

No hemos terminado de usar las mascarillas y ya volvimos a nuestra clásica normalidad, la de los intereses particulares, la corrupción, la violencia y todo aquello que cambiaría.

Hoy quiero alejar la mirada de la política y lo contingente, para centrarme en otros impactos que nos deja el COVID-19. Volver los ojos a eso que no se ve, y que por lo mismo, no se incluye en las conversaciones con la seriedad que se debería.

Diversas organizaciones han planteado su preocupación por las consecuencias y profunda afectación que la pandemia ha dejado en niños y adolescentes. En este grupo de especial vulnerabilidad, el incremento de factores psicosociales, tales como pérdida de hábitos saludables, violencia intrafamiliar, y el abuso de nuevas tecnologías han dejado marcas que todavía no se precisan con exactitud.

Un estudio, llevado a cabo en Italia, plantea que es probable que la pandemia COVID-19 afectara la salud mental y el bienestar de niños y niñas considerablemente. El miedo a la dolencia, la ansiedad y el distanciamiento social pueden haber tenido efectos perjudiciales en la salud de niños y niñas. El cierre de las escuelas, la interrupción repentina de las relaciones sociales y familiares, el cambio de hábitos cotidianos y la ansiedad de los padres por problemas financieros y otros pueden haber afectado la estabilidad emocional de los niños. A eso se suman casos de estrés, maltrato, abuso sexual, así como pérdida de uno de los progenitores o familiares cercanos.

Una encuesta realizada a padres dejó ver que los principales estados anímicos que han experimentando sus hijos en esta pandemia son: ansiedad (82,2 %); dificultades para dormir (60,8 %); tristeza (43,5 %) y agresividad (18,5 %).

Pediatras y especialistas de distintas áreas y de diferentes países han levantado la alarma frente a la aparición de síntomas y enfermedades relacionadas con este fenómeno y coinciden con que las cosas no están claras todavía, y es urgente ponerles atención.

Hoy son pocos los espacios donde se socializa esta preocupación, y menos las acciones concretas al respecto, sin embargo encontré una, en Chile. En marzo de este año se puso al aire la serie animada Emoticlub. Volvamos a encontrarnos, que en diez capítulos cortos busca enseñar a los niños sobre la importancia de compartir sus emociones y experiencias, a través de cuatro personajes animados que conversan por videollamada sobre su vida cotidiana durante la pandemia.

Este contenido es un buen punto de partida, y puede verse en el canal de YouTube del Ministerio de Educación de Chile (https://tinyurl.com/yuzes86e).

Es importante empezar por verbalizar y empatizar con todo lo vivido, ahora que los colegios y universidades están volviendo a la presencialidad, creo que es un buen momento para hablar de lo que nos queda y se nos viene, después de sacarnos las mascarillas. (O)