De este pequeño gran país solo sabía que es la tierra de los escritores Anderson, Kierkegaard y Dinesen, como la de uno de mis actores favoritos, Mads Mikkelsen. A las únicas personas a quienes he escuchado un testimonio vivo es a las hermanas Holst, mis compañeras, hijas de danés. Pero una serie de ficción me traslada, con el vigor de las imágenes bien construidas, al amplio panorama de una posibilidad de conglomerado humano. Sé que he llegado tarde a Borgen. Se grabó entre los años 2010 y 2013 y escuché hace tiempo comentarios elogiosos. Devorar 30 capítulos en tres semanas ha sido una experiencia adictiva y apasionante.

Se trata de una historia política. Y jamás ha sido tan interesante –para mí– el recorrido que se puede emprender desde el seno de un partido en vuelo zigzagueante hacia el poder. El guion de la serie es fiel al preciso marco de referencias dentro del cual se mueve: una monarquía constitucional que nació en el siglo XIX y que, ajustando sus leyes al curso de los tiempos y a hechos tan infames como la ocupación nazi de la II Guerra Mundial, ha conducido a un país de venerable antigüedad a un desarrollo admirable y al mayor estado de bienestar en Europa.

Impresiona que la serie se haya adelantado a los hechos porque la primera mujer que ascendió al cargo de primera ministra fue Helle Thorning. Schmidt, un año después de que se grabara la inicial temporada. En la caracterización de un férreo personaje femenino radica el núcleo de esta historia, que pone en juego todas las tensiones de la democracia en la lid política y las familiares en el seno del hogar. Que los hombres lleguen tarde a la casa, que sus hijos apenas los vean, ha afectado mínimamente al crecimiento de la descendencia, pero que la madre esté ocupada y obedezca con ímpetu su espíritu de servicio, desmorona a una familia.

La gran contendora de la primera ministra es la prensa. De ese territorio –más que de los partidos opositores– brotan las fuerzas que pueden desestabilizar el gobierno. Un canal de televisión y un periódico sensacionalista muestran desde dentro cómo se mueven las fichas para crear conciencia crítica y canalizar odios subterráneos. Durante dos temporadas (20 capítulos) vemos el accionar de una lideresa hábil para toda clase de relaciones –con el parlamento, su propio gabinete, la empresa privada y países del contorno– abordando de manera directa los problemas. Acostumbrada, como estoy, al lenguaje melifluo y evasivo de los políticos de nuestro medio, escuchar el duelo verbal que no huye de la confrontación pero que jamás se vulgariza, es un deleite para la inteligencia.

¿Acaso la serie tenía que emerger de un país tan adelantado como Dinamarca, el que ostenta el menor grado de corrupción del mundo, el que ha visto a su pueblo apoyando el pago de impuestos dada la calidad de sus servicios públicos, para ser tan buena y convincente? La verosimilitud realista tienta como argumento. Le bastaba mirar a su alrededor. País con escasos recursos naturales, pero con gran industrialización. País que tiene solo 5′800.000 habitantes y un perfecto control de la natalidad, donde la paridad de género es incuestionable y el aborto, legal desde 1973. No estoy describiendo un paraíso. Hay capítulos que rastrean el rostro oscuro, que también tiene esa sociedad. (O)