Que recuerde no ha habido un suceso más importante para la humanidad que la pandemia de coronavirus. ¡Tantas cosas cambiarán a partir de estos días! En mil y un campos el sol alumbrará de distinta manera, pero me referiré solo a uno: la religión. Para la mayoría de las personas la relación con la divinidad y la institucionalidad religiosa, las iglesias o cualquier entidad que asume poseer la verdadera vía para conectar con la divinidad, son una misma cosa. Los cristianos tienden a organizar sus comunidades en estructuras sólidas y jerarquizadas, mientras en el islam, el budismo y el hinduismo son menos canónicas, pero de hecho existen con sus liderazgos y lealtades.

Las epidemias, hasta hace poco más de un siglo, se enfrentaban con actos que pretendían aplacar a la divinidad, que había desatado este mal como castigo a faltas de los hombres. Las soluciones iban desde los sacrificios humanos y hecatombes de animales hasta la estoica resignación ante la voluntad divina. La cristiandad católica, la organización religiosa más grande del mundo, contribuía a detener el mal con actos devocionales, como procesiones, peregrinaciones, rogativas, mortificaciones y misas. La mayoría de los católicos adhiere a una religión milagrista, en la que la relación con la divinidad se reduce a una permanente petición de milagros, milagritos y milagrotes, que van desde llegar a tiempo a una cita hasta la curación del cáncer, la solicitud se hace casi siempre a una imagen concreta a cuya materialidad, no importa lo que diga la doctrina, se considera en sí misma taumatúrgica, es decir, capaz de realizar maravillas.

Pero, a pesar de esta tendencia católica a refugiarse en la providencia, en esta ocasión la Iglesia se ha allanado a todas las medidas de aislamiento, al punto de suspender el culto y permitir que se celebre de manera virtual. La gran mayoría de entidades religiosas de distintas confesiones han actuado de manera similar. La taumaturgia ha dejado paso a las artes médicas y, sobre todo, a la vacuna, que se ha demostrado como la única medida eficaz de detener la mortandad. No digo que esté mal esta actitud, de ninguna manera, solo pongo de relieve el profundo cambio de actitud que supone. Algunas pequeñas comunidades evangelistas llevaron al extremo su creencia en que “Cristo salva y sana”, manteniendo el culto presencial o predicando contra la vacuna, con resultados desastrosos. Y millones de hinduistas desafiaron al racionalismo científico bañándose en el hipercontaminado Ganges, de la misma manera en que se oponen a cualquier intento de higienizar esa corriente de agua que para ellos es un dios. La cifra de muertos en India es escalofriante, medio millón, pero puesta en perspectiva se nos va el escalofrío, pues representa una tasa de 320 muertos por millón de habitantes, muy inferior a casi todos los países europeos y latinoamericanos. En todo caso, las religiones han demostrado poseer una consistencia plástica que les permitirá acoplarse tanto a los buenos resultados de la ciencia como al fracaso de sus previsiones, y es demasiado temprano para anunciar que hemos pasado de una era de fe a otra de razón. (O)