El día de hoy acabará el Mundial, y con la alegría de unos y tristeza de otros, el mundo volverá a su rutina normal. Ningún evento trastorna al planeta como este. Y al volver al diario vivir, seguiremos todos dándonos cuenta, en todos los países, de que los problemas y las dificultades que se deben solucionar están ahí y que hay que enfrentarlos.

Muchas escenas quedarán del Mundial. Hoy quiero referirme a aquella en la cual los hinchas del país del Sol Naciente limpiaban el estadio luego del partido, y acompañar esa escena con un hecho sucedido el 15 de noviembre del 2017.

El día 16 de ese mes, la empresa West Japan Railways ofreció disculpas públicas. Un tren, el Tsukuba Expresss, siempre llega y sale puntualmente, pero en ese día cometió un fallo imperdonable: salió 20 segundos antes de la estación de metro Minami-Nagareyama, al norte de Tokio. El tren debía salir a las 9:44:40 hora local, y no cumplió: salió a las 9:44:20. “Lamentamos profundamente los inconvenientes causados” dijeron los responsables de la línea que conecta la capital con la ciudad aledaña de Tsukuba.

Nuestro sistema educativo estatal se ha ido apartando cada vez más de enseñar valores cívicos y éticos.

Juntemos esos dos eventos: la limpieza del estadio y esas disculpas. Están separados por más de cinco años. Están unidos indisolublemente por una cultura, una educación y unos valores, que hicieron de ese país lo que es hoy.

No son sus recursos naturales, es pobre en recursos naturales. No es la “explotación de sus colonias”. Es sencillamente una educación, unos valores, una disciplina, una voluntad nacional, que los ha llevado a ser ese país admirable que es.

¿Ha enseñado su sistema educativo la injusticia del “imperio” contra los países periféricos? ¿Ha enseñado ese sistema educativo las “maravillas de la revolución ciudadana como consta en los textos nacionales? ¿Han sido los maestros educados en universidades o por formadores que inculcaron el odio de clases?

Nuestro sistema educativo estatal se ha ido apartando cada vez más de enseñar valores cívicos y éticos. La educación confesional, que inculcaba valores, ha sido también arrinconada, limitada, y hasta perseguida por defender principios que hoy los “revolucionarios” consideran antivalores, y que con el paso del tiempo se va comprobando que siguen siendo valores básicos y fundamentales de la sociedad.

El gran reto de Latinoamérica, y del Ecuador, es lograr que ese sistema educativo enseñe a nuestra niñez y juventud valores, que la palabra patria signifique algo, que la palabra prójimo también, que los derechos de los demás y el bien común enciendan pasión, que las palabras responsabilidad y deberes pesen más que la palabra derechos y que las exigencias. Estamos muy lejos de eso. Nuestro sistema educativo como muchas otras cosas fue deformado en el pasado reciente. Por ello, frente a los grandes cambios estructurales que siempre hemos mencionado en esta columna, sin los cuales no podrá haber desarrollo, bienestar y eliminación de la pobreza, hay que añadir siempre la gran reforma educativa, la cual, unida a una economía libre, será el gran aglutinador que permitirá el despegue tan anhelado del Ecuador. (O)