Sí. Ya son dos años de no tenerte junto a mí, sino en el paraíso de la memoria; de no poder olerte, de escuchar tu risa solo dentro de mi cabeza. Mi percepción del tiempo sigue distorsionada. Los días siguen siendo eternos, mientras que los meses se van volando. La vida sigue, y debe hacerlo como un acto de rebeldía contra la muerte; que si bien termina siempre vencedora, debe reconocer que no nos rendimos sin dar pelea. “No hay libertad en la muerte”, decía Camus; y ese pensamiento nos mantiene incólumes en esta orilla del

Estigia.

Los chicos y yo iniciamos el proceso de salir de la madriguera y vivir. La hemos tenido difícil; cada uno de los tres tuvo que enfrentar su propio monstruo, engendrado por tu ausencia. Tu hijo mayor extraña conversar contigo. El menor echa de menos la forma en que te reías de sus ocurrencias. Pero nos hemos unido de tal modo que te hubiera encantado ver. Vamos todas las mañanas al nuevo colegio contando chistes y diciendo ocurrencias, tal como tú les enseñaste.

Yo he regresado a la cotidianidad consciente de mis torpezas sociales; aunque muy a gusto con mi fortalecida honestidad brutal. Me obligo a salir y a conocer gente. Cada persona nueva que conozco aporta algo nuevo y positivo en mí. Ahora armo el rompecabezas que soy, obteniendo las piezas de varias personas, además de las que tú me diste.

Sigo siendo un gato, como solías decir. Agradecido con los que me aguantan, sin perder mi independencia. Me puedo pasar días ronroneándole a alguien, y luego me marcho como si nada. Al primer “¡zape!” que me hacen, me voy sisando. Lo único nuevo de no tenerte cerca es que este gato ha aprendido a lamerse las heridas solo.

Me dejaste un lindo regalo de despedida. Me reconcilié con la escritura, poco antes de que te fueras. Terminé aquella novela cuyo primer borrador leíste en Punta Cana. Cómo me hubiera gustado planificar el lanzamiento de ese libro contigo. Sé que me hubieras acolitado mis ocurrencias y extravagancias. Fuimos más que una pareja, más que un matrimonio. Fuimos cómplices, y eso es tan jodido encontrar ahora, a esta edad, en la que cada uno tiene ya un pasado a medio fraguar en el equipaje.

Las lecciones que me dio tu ausencia son ahora las que me empujan hacia adelante. La muerte es el único cuco verdadero. Su poder no radica en ser invencible, sino en darle valor al tiempo que tenemos, hasta que ella triunfe sobre nosotros.

Todo aquel que ha vivido de cerca la muerte –ya sea en carne propia o en la partida de un ser querido– cambia su forma de ver la vida. De pronto, el horizonte deja de ser el telón que esconde un mundo por ser descubierto y se convierte en un abismo.

He comenzado la nueva etapa, la que me pediste que hiciera, la de rehacer mi vida, sin esconder ni ignorar esas cosas tan tuyas que ahora viven solo en mí. Me levanto todos los días, a ganar y a perder, entre golpes y alegrías, a cumplir tu petición: vivir y hacer que tus hijos aprendan a hacerlo, mientras se convierten en personas de bien.

Eso sí, sin importar las circunstancias, se cumple lo dicho por Sabina: “Todos los días tienen un minuto, en que cierro los ojos y disfruto echándote de menos”. (O)