Las islas son lugares caros. Lo es Galápagos, Islandia y muchos países del Caribe. La razón es sencilla: la logística para llevar productos a lugares lejanos o aislados es más costosa que en un país continental. Pero si un país continental busca aislarse del resto con restricciones al comercio, también se volverá caro y quienes pagan los platos rotos son los ciudadanos.

Considerando que la Constitución del 2008 concibe al comercio exterior como una herramienta de desarrollo endógeno, como modelo adecuado para la reducción de la pobreza e inserción del país en la economía global, resulta difícil comprender que hace pocos días el candidato Arauz haya hablado de “rechazar los Tratados de Libre Comercio y Tratados Bilaterales de Inversión convencionales, y revisar los firmados, de comprobarse que afectan el interés nacional”. Esto lo hemos escuchado antes. Recordemos que Ecuador terminó unilateralmente el Tratado de Preferencias Arancelarias (ATPDEA) con Estados Unidos en el año 2013.

Durante la historia del Ecuador, también hemos aplicado otras novedosas formas de proteccionismo como la popular Industrialización por Sustitución de Importaciones, sistema que se implementó en Latinoamérica en el siglo XX con el fin de eliminar la dependencia de mercados extranjeros y promover nuevos sectores industriales nacionales. Consistía en subsidiar y proteger industrias locales, las cuales no se preocupaban por conquistar mercados externos ya que no tenían la obligación de volverse competitivos, pues la producción era destinada al consumo interno donde estaban protegidos. Lamentablemente, el modelo requería de la producción primaria para comprar bienes de capital, incrementando la dependencia que el mismo modelo pretendía evitar. Resultado: aislamiento y precios más altos.

Otro de estos experimentos fue el modelo centro-periferia que propuso la Cepal en la década de los 40 para describir un orden económico mundial integrado por un centro industrial y hegemónico (países industrializados) que establecen transacciones económicas desiguales con una periferia agrícola y subordinada (países en vías de desarrollo). El “centro” producía la tecnología y la “periferia” producía materia prima. Con esa concepción, muchos países planificaron su actividad económica para ser proveedores de materia prima a los desarrollados. De esta forma, se marcó claramente la estrategia estatal de cerrar sus mercados, fomentando el mercado interno y aplicando altas tasas a las importaciones. Resultado: poca innovación y más aislamiento.

“Nuestra política exterior será soberana, digna, integracionista…”, dijo el candidato hace pocos días. El discurso de la soberanía lo sabemos de memoria: es el responsable de eliminar la base de Manta, de no permitir al Gobierno colombiano trabajar en conjunto para combatir a las FARC, de eliminar el ATPDEA y postergar la firma de otros acuerdos comerciales. La “soberanía” le salió carísima al ciudadano.

Dos siglos son suficientes para entender que la libertad comercial trae bienestar a más consumidores alrededor del mundo. Volvernos un islote hace que el mundo nos olvide y “quien mucho se ausenta pronto deja de hacer falta”. (O)