Mientras el país discute el informe Pandora, reviso otro tipo de papers: La República agrietada. Ensayos para enfrentar la peste (Mc Evoy, 2021) y Covid: distopía educativa (Constante y Torres, 2021). Escribo mis reflexiones.

La COVID-19 irrumpió con violencia en nuestra vida y se incrustó, sin consentimiento, en cuerpos ajenos. Despojó al tiempo del calendario y arropó el destino sin bola de cristal. Una ‘configuración depresiva’, anota Mc Evoy, tornó la realidad en algo más grave que el delirio y así descubrimos otra casta de palabras, y sufrimos la pesadilla de inventar nuevos vínculos. El caudal inicial de asombro tornó en hastío. Se empañó de telarañas la confianza y, extraviados por lo absurdo, confundimos el asedio profano de la vida con el consciente llamado de la muerte.

El acto educativo se trasladó por fuerza a la pantalla-en-red, enfatiza D. Hernández, pero no fue una simple traslación de dinámicas presenciales al formato digital: “Hay algo, un misterioso factor X, que las telecomunicaciones añaden o quitan. El suplemento técnico, ni mera materia inerte ni medio transparente, agrega y modifica: transforma los modos y fuerzas que intervienen en lo educativo”. Un factor que no puede ser confiscado por la tecnología.

Educar es un proceso humano, señalan A. Valle y M. Jiménez: “Es un devenir pleno de energía que inquieta la relación entre enseñanza y aprendizaje (…) es un modo de individuación vital”. Pero la pandemia rebasó la capacidad de los maestros –inmigrantes digitales– para generar contenidos y procesos desde tecnologías extrañas, y limitó su lugar simbólico y real, cuestionando las relaciones de poder y sus tradicionales dispositivos disciplinarios. ¿Es este el fin de las escuelas?, se pregunta R. Chaverry, alertando la posibilidad de que los docentes pierdan estatus y se conviertan en coachings o youtubers triviales que buscan atraer la dispersa atención estudiantil.

El acto educativo fue también rehén de la pandemia y tradujo en duda el contrato social entre sus actores: ¿Han aprendido los estudiantes desde el wasap, la tableta y lo híbrido? ¿Ha sido este un simulacro de aprendizaje? Unicef (2021) concluye que los alumnos han perdido competencias en varias áreas e insta a los gobiernos a retornar a la presencialidad, ya que las escuelas no son el lugar donde más se transmite el virus. El Iesalc (2021) destaca la brecha tecnológica en el 51 % de hogares de la región y estima una pérdida del 15 % de competencias de aprendizaje en educación superior.

En ese contexto fuimos blanco de la decepción del alumnado. De su ira y desafecto. De su enfado y de su hartazgo. Del reclamo por expropiarles “sus experiencias multitudinarias, comunitarias y solidarias”, en palabras de B. López. Por ya no ser más su bisagra con el mundo real. Por la necesidad de su cuerpo presente.

Pandemia: estructura resquebrajada que evoca la técnica kintsukuroi –señala Mc Evoy– con la que se repara un espacio roto con oro o plata. Y que suplica, como en la canción de Leonard Cohen, olvidar las ofrendas perfectas y pensar que entre las rendijas agrietadas de la humanidad podría filtrarse algo de luz. (O)