ada persona tendrá una apreciación particular de lo que más le impresionó del año que se va. A mí, y creo que a muchos, me ha sacudido el ver lo insuficiente que ha sido la ciencia, en particular la médica, para prevenir y curar la pandemia del COVID-19, y que, cuando ya parece que han encontrado la manera de contrarrestarla, con la vacuna, surgen nuevas variantes y la dejan como insuficiente; además, su efecto se extingue en corto tiempo y obliga a inyectarse refuerzos. Un día aparece una variante superior en la velocidad de contagio, y, al siguiente día, surgen teorías un tanto alentadoras de que esta última —la ómicron— es menos grave que la delta, y que, el reemplazarla, puede constituir un alivio —¡ojalá!—. Pero toda esta sucesión de teorías nos deja la sensación de la insuficiencia de la ciencia, o, mejor dicho, que esas teorías no constituyen, todavía, una verdad científicamente comprobable. ¡Aterrador! Se diría que no hemos progresado mucho desde que Pasteur inició la era de las vacunas en el siglo XIX. Es impresionante que Europa occidental esté debatiéndose entre oleadas de contagio y adoptando severas medidas restrictivas para ingresar a sitios públicos; y todo esto en medio de protestas de los que no quieren vacunarse. Aquí, en el Ecuador, las autoridades del ramo han ido todavía más lejos al establecer la obligatoriedad de las vacunas y dictar medidas draconianas para que no se pueda ingresar a lugares públicos sin presentar un carné de vacunación. A mí, esto me parece absolutamente conveniente, necesario, entre otras razones, porque permitirá la normalización del trabajo, la reducción de los aforos, la recuperación económica y el restablecimiento de las actividades educativas presenciales, fundamental para la formación de niños y jóvenes. Al que no quiera vacunarse no se le puede amarrar para inyectarle, pero hay que impedirle que contagie a otros. A los que reclaman por sus derechos individuales hay que responderles que antes están los derechos colectivos. Sería mejor que la Asamblea no dicte una ley de salud de última hora que puede resultar inorgánica, no técnica; sería preferible no intervenir en la actual política de salud, que ya ha inspirado confianza en la población.

Cerramos el año con buenas noticias: ha aumentado notablemente el precio del petróleo. El nuevo presidente de Chile, de izquierda, considera prioritaria la Alianza del Pacífico, que es de tanta importancia para Ecuador; eso sí, parece renuente a apoyar a la alianza regional, Prosur, nacida hace dos años solamente como una reacción contra la Unasur, creada por iniciativa del coronel Chávez. Prosur fue creada bajo el auspicio de los Gobiernos conservadores de Piñera, Duque, Bolsonaro, quienes terminan o están por terminar sus períodos. Boric no aceptó la invitación del presidente saliente para acompañarlo a fines de enero a las cumbres de la Alianza del Pacífico y el Foro para el Progreso de América del Sur, Prosur. El presidente del Ecuador ha ofrecido asistir a la posesión de Boric, como ya lo hizo antes a la de Castillo, en Perú. Hace bien: hay que convivir con las nuevas realidades latinoamericanas. (O)