El agricultor y el ganadero tienen diferencias abismales frente al industrial y al comerciante y, por cierto, poco tienen en común con el burócrata y el profesional urbano. Es que agricultura y ganadería, además de actividades económicas, son formas de vida, modos de vincularse al suelo y entender el país. No son simples empleos que puedan inventariarse en una encuesta. No obedecen solamente a la lógica de la ganancia y la competencia; están determinadas por el hecho de que agricultores y ganaderos no manejan máquinas, administran seres vivos y trabajan la tierra, lo que tiene enorme significado cuando se trata de asumir la complejidad de la sociedad más allá de balances, presupuestos y resultados financieros. Y de mirar las connotaciones humanas de la economía.

Esta reflexión viene a cuento porque escucho, veo y vivo los dramas de los productores de leche, esos millones de personas que madrugan cada día, que tienen su predio no solo como activo, sino como patrimonio familiar, como referente moral, como sitio para vivir. En la agricultura y en la ganadería, el sitio de trabajo, es, además, el hogar. Eso significa que si quiebra la actividad, el problema no se reduce a buscar otro empleo; el tema implica liquidación de la casa, migración y, con frecuencia, ruptura de los nexos familiares, despoblación de unos sitios y masificación de otros. Ejemplos dramáticos: Quito, Guayaquil y los cinturones de miseria de las ciudades ecuatorianas donde se concentran campesinos que dejaron sus tierras para “acomodarse” al suburbio y engrosar las multitudes de desocupados, informales y obreros de circunstancia, sin otro destino que la incertidumbre y el desamparo.

Las autoridades tienen un reto ineludible frente a la incertidumbre que aqueja al sector agropecuario.

Quito y Guayaquil, en buena medida, son ciudades de migrantes serranos, excampesinos que llevan a su espalda y en su memoria el desarraigo del campo abandonado por la falta de oportunidades, porque “las lógicas del mercado” olvidan las otras dimensiones de la economía. Y porque se ignoran las implicaciones de erróneas políticas públicas.

Legado negativo del 2022 a la agricultura

¿Han considerado estos temas quienes tienen que ver con la promoción de la inversión? ¿Han considerado estos asuntos los que hablan de fomentar el empleo? ¿Se ha analizado la función social del agricultor, el ganadero y la empresa agrícola productora de alimentos para el consumo local? Me temo que no. Me temo que lo usual es atenerse a las cifras, la balanza comercial, la libertad abstracta de comercio y las especulaciones doctrinarias. Al interés por los grandes resultados. Me temo que en esta materia prevalecen intereses circunstanciales y políticos, argumentos comerciales y visiones de supermercado y clase media urbana.

Canuto, parroquia de Chone, intenta sacar a flote su economía a base de la yuca y el almidón

No es bueno desatender los problemas que afectan a miles de productores agropecuarios. No es prudente admitir y, menos aún, legitimar políticas que ponen en riesgo la supervivencia de la ganadería y la agricultura que producen alimentos para la población. Las autoridades tiene un reto ineludible frente a la incertidumbre que aqueja al sector agropecuario.

Ojo con el campo. Ojo con su seguridad y bienestar. (O)