¿Cómo imagina el día después de las elecciones? ¿Respirará diciendo: “al fin podré ver noticias, programas, telenovelas, sin interrupciones de propagandas políticas”? ¿Sentirá que ya hizo su parte y que su vida podrá continuar entre el miedo a los contagios, la inestabilidad económica y las noticias constantes de corrupción, sicariatos y desastres climáticos; entre el aislamiento y la necesidad de abrazos y relaciones? ¿Se acabó todo o recomienza todo? ¿Puede confiar en las autoridades electorales y en la proclamación de resultados? ¿Espera tranquilidad o teme caos y enfrentamientos?

Esas y otras preguntas son pertinentes porque al elegir, nos elegimos. Elegimos el tipo de sociedad que queremos para nosotros, para nuestras familias, para el país y el mundo del que hacemos parte. No elegimos un salvador, elegimos a alguien que con su equipo y la participación de la sociedad pueda sacarnos del abismo en que nos encontramos e ir construyendo un país con menos desigualdad y menos pobreza, con más respeto por la dignidad de cada uno y de todos.

La pandemia nos ha arrinconado y muestra lo peor de lo que somos capaces. Un virus ha puesto a la orgullosa humanidad, capaz de inventos tecnológicos y viajes interplanetarios, de rodillas. Ha demostrado cuán frágiles somos, lo dependientes y conectados que estamos. Lo que sucede en China impacta en el sector rural más olvidado al otro lado del planeta y expone el maltrato a la naturaleza como un ataque a nuestra propia vida.

Muchos políticos, en nuestro país y en el mundo entero, no han estado a la altura de los acontecimientos y no han gestionado bien las emergencias y no pocos se han enriquecido. Las desigualdades y las violencias se han acentuado.

Ha aparecido la lucha por ser primeros. Primeros en atención hospitalaria, en vacunación, primeros en proteger nuestras propias vidas a expensas de la vida de los más vulnerables y los más expuestos. Nuestros miedos colectivos se han manifestado sin pudor y se expresan como derechos. La tensión entre economía y cuidados frente a la pandemia no siempre ha oído a los que más sufren por la ausencia de trabajo y por la falta de medicinas.

Los regionalismos han sido protagonistas de pugnas, quién lo hace mejor, quién peor. Durante la campaña electoral, los desprecios e insultos han saturado las redes sociales.

Pero también han aflorado aquellos que cuidan la vida. Los que se unieron para llevar alimentos y medicinas, empresarios que no buscaron el primer plano y aportaron con personas y productos, autoridades que dieron la mano a las provincias que lo necesitaban sin ser el gobierno central. Médicos, que dieron todo para mejorar a los pacientes, aquellos que con sus trabajos mantuvieron y mantienen la vida, las trabajadoras del hogar demostraron cuán necesarias son.

Todo el tejido social se apoyó en quienes fueron solidarios, con acciones, con productos, con palabras. También somos capaces de lo mejor.

El día después de las elecciones dependerá de nuestra responsabilidad al elegir a quien mejor contribuya a recuperar la capacidad de dialogar y construir juntos, de fortalecer las instituciones, de eliminar la corrupción como un mal necesario, de convocar a todos para poner de pie a un país postrado. (O)