La idea de armar un equipo de básquetbol fue mía. Obviamente yo era la dueña de la pelota. Esa propiedad me hacía jugadora insigne, pensé yo ingenuamente, pero nada es como parece, las monjitas decidieron que yo era muy indisciplinada como para estar en un equipo deportivo, me confiscaron la pelota por mis malas notas y me expulsaron del equipo. De ahí en adelante no recuerdo haber pertenecido a ningún equipo ni haber sido una buena compañera para los trabajos en grupo. La verdad es que hasta en los grupos de WhatsApp creo que soy medio pendeja.

Hace unas semanas me llegó la noticia de que desde Argentina, y por cuarto año, se convocaba a un Mundial de Escritura. No era la primera vez que oía de esto, porque el año anterior ganó un ecuatoriano y el premio se canalizó a través de mi librería Rayuela. Pero este año supe del evento cuando recién se abrían las inscripciones y se los comenté a algunos de los alumnos del taller de narrativa personal que dicto. Cuál fue mi sorpresa al ver que mientras yo estaba de ida, ellos ya estaban de vuelta y conmigo adentro, en total éramos trece integrantes del equipo Nuay Derecho, como decidieron llamarse.

El Mundial consiste en escribir, durante trece días, un texto de acuerdo con una consigna que ellos envían por correo electrónico, a las 06:00 (hora argentina) a cada participante, y le dan 23 horas para subir su texto a una plataforma. Hasta ahí no suena difícil, pero, nunca faltan los peros… Si algún participante no sube su texto, el equipo entero pierde.

Comenzó el día uno con la consigna de escribir una carta que no mandaríamos a nadie, este ejercicio ya lo había hecho en clase con mis alumnos, así que ese primer día no pasó mayor cosa. Poco a poco las consignas me iban sacando de mi zona de confort, poco a poco el reto era más grande y la sensación de poder fallarle al equipo fue algo parecido al vértigo.

Yo, la independiente, la “antiequipo” por naturaleza sentí, tal vez por primera vez y con esa intensidad que produce la adrenalina, ese famoso “espíritu de cuerpo”. Por primera vez sentí que pertenecía a un círculo distinto al de mi familia y que la emoción, el estrés y el compromiso subían cada día. Amé el grupo de WhatsApp del Mundial y sobre todo la forma como unos a otros nos dábamos ánimo, nos sosteníamos, nos motivábamos. No faltaron los stickers y emoticones motivacionales, los ¡Vamos, mis tigres!, ¡A la carga, mis valientes!, etcétera.

Me encantó el sentido de pertenencia, la responsabilidad compartida y el escribir cada día, sin desmayar porque el equipo Nuay Derecho dependía de mí. A los escritos diarios les siguieron dos maratónicos sábados en los que, a través de Zoom, nos reunimos a leer nuestros textos, a reírnos, a azotarnos, a llorar e indignarnos juntos. —Si esto no es abrazarse, ¿qué es? Pensé cada sábado al apagar el computador, agotada y feliz.

Ahora veo claramente que nuestro país carece de “espíritu de cuerpo”. Todos actuamos guiados por nuestros intereses y es hora de trabajar como equipo, con una misma meta y un solo fin. (O)