Nos quejamos de las rutinas, pero hay que admitir que proporcionan un andamiaje que sostiene la vida. Las jornadas laborales de ocho horas en semanas de cinco días son un logro de la organización social. Sin embargo, cualquier emprendedor individual sabe que si quiere el tan anhelado surgir o crecer de su economía debe trabajar más. El concepto de horas extras también responde al propósito de aumentar ingresos, así como al de conseguir mayores logros. En ese panorama, ¿cómo encajar el invento de los feriados?

La tradición dejó libres las fechas religiosas para dedicarlas a las devociones; los gobiernos, las de efemérides patrióticas para instalar un rito recordatorio que alimente esos sentimientos grandilocuentes que llevaban a los ciudadanos a hablar de gloria y muerte. Entonces, era entendible que el calendario diera la orden precisa para las reuniones, los himnos, los desfiles, las misas, los cánticos. Pero los aniversarios desgajados de sus fechas me han parecido desabridos y forzados. Si nos apegamos a las afirmaciones de ciertas religiones, Cristo no nació en diciembre, por tanto, los festejos navideños serían inexactos. En esa línea, la repetición de la costumbre de días cambiados podría hasta dejarnos sin la proverbial Navidad. Que ayer miércoles 2 de noviembre hayamos renunciado al arraigado Día de los Difuntos –que arrastra consigo poderosos legados culturales– convirtiéndolo en un día laboral, produce un hondo malestar.

Una familia ofrece rezos en el cementerio de Calderón a cambio de alimentos

Para los fines prácticos de una sociedad problematizada y empobrecida como la nuestra, la consigna es trabajar. Aquello de que los días libres fomentan el turismo interno resulta una aventurada excusa si la gente no tiene dinero en los bolsillos para esos gastos especiales que deben suponerles a los conductores de familia llevar a los hijos a la playa y a paseos excepcionales. ¿No será que los gobiernos “regalan” tiempo libre cuando no tienen o no quieren atender las básicas necesidades?

... los aniversarios desgajados de sus fechas me han parecido desabridos y forzados.

Por lastimosa coincidencia, conozco a una persona que espera una operación de la vesícula de parte del IESS, institución que la ha postergado con las más variadas excusas: que está dañado un instrumento, que no hay cupo, que debe coordinar la intervención entre varias sedes; obviamente la persona sufre a menudo de cólicos como signo de lo que está mal en el cuerpo. En cada visita desesperada, el médico –cualquiera que fuese– le ordena “tiempo de descanso”. Aquí está la clave: como no hay una solución efectiva al problema, los facultativos le regalan “tiempo”.

Cómo se recuerda el Día de los Difuntos en América Latina

He asociado estas dos situaciones intentando comprender qué le conviene a la mayoría de los ecuatorianos: si festejar fechas (con el desquicio temporal mencionado) fuera de su lugar de trabajo o de su sitio de estudios, dedicados a quién sabe qué labores cuando no hay dinero (o lo peor, al consumo del alcohol más barato del mercado que casi siempre es un veneno) o recibir de sus empleadores gestos de estímulo para que trabajar no sea esa actividad que el Génesis enunció como castigo.

Felices los que se ganan la vida dedicados a profesiones para las que están vocacionados, los que acuden a hospitales, aeropuertos, carreteras y vigilancias de todo tipo a prestar su servicio, que tienen claro que los feriados no pueden interrumpir la dedicación que sus sociedades requieren. (O)