La coherencia entre el decir y el hacer, sobre todo en aspectos morales, es el desafío mayor para los individuos que fundamentan sus actos en referentes éticos y también para las sociedades que sustentan su construcción cultural en principios y valores que las justifican y proyectan.

La permanente búsqueda de la puesta en práctica de esos fundamentos es el objetivo de esos individuos y agrupaciones. Algunas personas lo logran en cierto grado, como consecuencia de una clara conciencia y de una práctica vital que los configuran y definen como individuos honorables y honrados. Ciertos grupos humanos también alcanzan buenos niveles, y esa realidad trae consigo adecuadas formas de convivencia y prosperidad. Sin embargo, tanto la realización personal como la grupal llevan en sí mismas la exigencia de un constante mejoramiento, pues ellos y sus entornos siempre tienen la posibilidad de superación que requiere la participación de todos para alcanzar mejores resultados de coherencia colectiva.

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Por eso, se impone con claridad la necesidad de trabajar para que los otros, no solamente el individuo y tampoco un determinado país o sociedad, desarrollen cada vez mayores niveles de coherencia con las bases morales que los sustentan. Esa es la tarea de la humanidad: lograr un nivel suficiente de conciencia moral colectiva para la consecuente práctica social y global. Estas ideas, relacionadas con educación para el mejoramiento moral, podrían resumirse en el concepto de civismo global, necesario para garantizar la vida de todos.

Muchas veces, los mensajeros son incoherentes en sus vidas personales con lo que defienden o predican...

Para incidir en el mejoramiento de los grados de coherencia entre lo que se hace, individual y colectivamente, con lo que se dice que se debe hacer, se predica y exhorta a buscar esa sindéresis, que la tienen en mayor medida las mejores personas a nivel individual y algunas agrupaciones a nivel colectivo. Para eso se generan textos, doctrinas, cuerpos de pensamiento filosófico que son asumidos por sus seguidores y rechazados por quienes proponen otros referentes de índole moral. También se encuentran los mensajeros que exteriorizan y defienden las posiciones contenidas en esos mensajes.

Coherencia entre lo que se dice y hace

Muchas veces, los mensajeros son incoherentes en sus vidas personales con lo que defienden o predican, porque nunca lograron verse a sí mismos como sujetos del discurso manejado para los otros, y más bien lo utilizaron para medrar y acomodarse. Esto ha pasado siempre y continuará pasando. Los ejemplos de esta realidad se encuentran en la política –en donde se miente casi como característica propia de esa actividad–, en economía, en religión, en educación y en todo ámbito social que, teniendo un discurso moral, también está dibujado por acciones que no lo respetan.

El efecto de esta incongruencia debilita el mensaje por los errores del mensajero, que al argumentar sobre el valor de los referentes morales está sujeto a una búsqueda íntima de cohesión con sus asertos. Y en eso, muchas veces, los mensajeros fallan, como lo hizo lastimeramente el dalái lama y lo han hecho tantos otros. Sin embargo, el mensaje sigue vigente y nos desafía a todos a esa, probablemente la más compleja, desafiante y transformadora búsqueda. (O)